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¿A quién siguen estos paparazis?, me pregunté un poco dormida aún. Era el director del hospital, el doctor Juan Tanca Campozano, junto a un sacerdote quienes llegaban a bendecir la nueva sala de quimioterapia que había sido implementada en un espacio más amplio. Esta vez como paciente de SOLCA protagonizaba la noticia, no la cubría como en ocasiones anteriores.

Ese día, hace cuatro años, estaba recibiendo mi tratamiento contra el cáncer de seno, justo cuando inauguraban oficialmente la sala con capacidad para atender a más pacientes que la anterior. Iluminada, con un televisor grande para que nos sintamos como en el cine. Los sillones reclinables estaban tan cómodos que apenas a uno le ponían el suero con la medicina podía dormir una siestita, que era lo que estaba haciendo cuando ingresaron los periodistas junto a las autoridades de la institución.

No estaba en mi mejor momento para dar declaraciones, pero por si acaso, me arreglé el pañuelo de colores. Eran días de calvicie total, cuando no me despeinaba. Si me preguntaban los colegas les iba a decir que estaba muy cómodo el nuevo sillón reclinable, y también que estaba recibiendo una atención oportuna para mi tratamiento, en el momento indicado. Desde que tuve el diagnóstico accedí a los medicamentos para enfrentar a las células  del cáncer; esas que se reproducen a toda velocidad. Yo estaba allí como paciente del IESS, recibiendo una cálida atención de los doctores y enfermeras de SOLCA.

Meses más tarde  llegó el momento de la radiación. A eso sí que le tenía miedo. Con paciencia los especialistas del departamento de Radioterapia me explicaron de qué se trataba, con perseverancia me hicieron entender que era por mi bien, con responsabilidad me convencieron que con las nuevas tecnologías la radioterapia es un tratamiento tolerable. Incluso me llamaron a la casa cuando dejé de ir a un par de sesiones. Era imposible que abandone el tratamiento.

Una y otra vez  por casi un mes me dispararon radioactividad  mientras el olor a estreno me acompañaba nuevamente. En estos cuatro años que he ido continuamente a SOLCA por los controles de rigor he visto la  implementación de  modernos  equipos en los diferentes departamentos como  usaron en el tratamiento de radioterapia.

Ahora me despeino nuevamente porque me creció el  pelo y en el chequeo de meses atrás escuché la palabra “remisión”, es decir el cáncer se fue. Tuve una nueva oportunidad  al acceder a los cuidados que necesité.  Sin duda en la vida hay cosas más interesantes que  la rutina y la disciplina que implica el cumplir un tratamiento oncológico. La medicina oportuna, la experiencia de los especialistas y la tecnología solo son posibles con recursos económicos.

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