Chuchaqui de la Revolución Ciudadana

La obra “el origen de la tragedia” de Friedrich Nietzsche, entre otras cosas, plantea una problemática interesante: sea por el chuchaqui o por el despertar del sueño, las aspiraciones humanas están condenadas a una tragedia preconcebida. El sueño, como máxima expresión de lo que queremos se ve truncado por lo implacable del despertar y de la propia realidad. En la borrachera, como en el sueño, saltan nuestras más profundas ilusiones y frustraciones, creamos e imaginamos sodomizados por alcohol hasta que llega el trágico chuchaqui como un recordatorio inclemente de la híper-presencia del fracaso.

¿Es un chuchaqui lo que estamos viviendo aquellos que creímos en el proyecto político de la revolución ciudadana? Desde lo puramente gráfico, sí. Hubo una gran fiesta en Ecuador, una farra donde la holgura de la chequera logró discursos inimaginados, corrieron los vinos y las viandas, salieron a la arena política los personajes más diversos henchidos del discurso de masas y el populismo entrecruzado de estadísticas, estudios, condecoraciones felinas (¿no éramos el jaguar latinoamericano?).  Y nos gozamos la fiesta, nos creímos el cuento y volvimos a ese imbatible círculo de la desgracia petrolera: bonanza, despilfarro, autoritarismo, crisis. Ese círculo que se viene inscribiendo desde los setentas y que aún no hemos podido superar.

¿Qué nos quedó de la rumba? Un chuchaqui con algunos matices positivos. Un Ecuador con una competitividad sistémica más desarrollada (escuelas, hospitales, carreteras, hidroeléctricas, etc.) pero absolutamente des-institucionalizado, una sociedad híper-politizada que solo sabe hablar de lo público desde la crítica o el elogio a un individuo. Nos queda la ilusión de lo que pudo ser y no fue, el sentimiento de que perdimos una oportunidad histórica para cambiar estructuralmente las relaciones de poder en nuestro país, imponernos a la idea de que todo nos tiene que salir del subsuelo, haciendo cola esperanzados frente a las pantallas de las bolsas de valores, prendiéndole una vela al precio del petróleo para seguir fondeando nuestros ideales de desarrollo.

Y será fuerte la resaca porque viene cargada de las mismas preguntas que nos hemos venido haciendo desde hace tanto tiempo ¿cómo asumiremos el futuro próximo? ¿De dónde saldrán los dólares? ¿Cómo fortaleceremos de una vez por todas las instituciones políticas? Será una resaca dolorosa, sin plata, con más dudas que certeza respecto a nuestro proyecto de sociedad, de país. Quizás nos toque enfrentarlo divididos, ajenos  y esperando que juegue la selección a ver si recordamos qué es eso que entendemos por Ecuador ¿un partido político? ¿Un personaje? Una camiseta? ¿Un gol?

Quizás lo más importante, vistas nuestras precarias situaciones, sea tomar esta resaca por los cuernos y, aunque duela, como es siempre natural, admitir el problema en el que estamos, sincerar las cifras, tomar decisiones y diagramar un modelo político, económico y social que logre aligerar los efectos de esta resaca brutal que pretende seguir la fiesta aún pasadas las seis de la mañana, aún con las billeteras sueltas y los sentidos dormidos.

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