El castigo del periodismo será su salvación

Martina Vera

Los periodistas del Ecuador lidian con ese procedimiento a diario y no necesariamente porque desempeñen una labor mediocre, sino porque su voz incomoda al poder. El objetivo de quienes dominan las instituciones de este país no es responsabilizarnos y formarnos mejor, sino desmoralizarnos. Si fuera distinto, ya habrían ofrecido talleres de formación a medios privados o alguna suerte de asesoramiento a sus periodistas. Queda claro entonces que su objetivo es presionar a quien cuestiona al poder en público y en privado para disuadirnos de desempeñar nuestra labor. Descartada la prensa ¿quién da la cara por la ciudadanía en un estado como el nuestro? La justicia está politizada, la asamblea colonizada, la oposición avejentada y dividida. Solo queda la propia ciudadanía, alguna atemorizada otra satisfecha, pero la gran mayoría ávida de encontrar un verdadero aliado que le ayude a romper el hielo.

Un reto importante

Existe más de una sola versión de la realidad y la tarea de un periodista es reflejar aquello. Pero desempeñar una labor de esa índole bajo limitaciones legales desmedidas, presiones institucionales constantes y ataques públicos humillantes, es una misión cuasi imposible. Cuanto más nos presionan, intimidan y ridiculizan, más difícil es pensar con claridad e informar con objetividad. Es un reto importante el de no radicalizar nuestra perspectiva sobre las instituciones de control en el Ecuador cuando estas nos censuran y atacan constantemente. En la convivencia con esa dificultad es donde yace la clave para nuestra sobrevivencia y la de los medios de comunicación que nos amparan. Quien cede a la radicalización de sus relatos, investigaciones, análisis y opiniones pierde la partida en un país hastiado de la confrontación y la subjetividad y se convierte en una criatura similar a aquel monstruo estatal que lo amordaza.

Sobrevivir no es suficiente

Si la labor de los periodistas a esta altura del partido ya no es la de investigar ni la de fiscalizar con total libertad, sino la de trabajar con mucho cuidado para sobrevivir, entonces ¿quién pone las manos al fuego por la ciudadanía? Afortunadamente, son los propios ciudadanos, que pasaron a desempeñar un papel protagónico a través de las redes sociales. Si ellos nos ayudan cada vez con mayor ahínco a profundizar en nuestras investigaciones, contextualizar relatos, recabar testimonios, reunir evidencias y opinar desde otros ángulos, entonces la labor de fiscalización al poder será un trabajo cada vez mas colectivo; un trabajo cada vez mas digno, más sólido, más representativo, más diverso, más viral, menos cuestionable, menos personal. Esa es la recompensa mayor al obscuro capítulo que viven la libertad de expresión y el periodismo en el Ecuador. Su voz es también el más severo castigo a quienes se adjudicaron la titularidad de la opinión publica, dentro y fuera de las instituciones del estado.

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