Desafíos de una tragedia

Alejados de todo cálculo egoísta, interés político o visión ideológica, los ecuatorianos de toda condición social y origen geográfico están dando muestras de un espíritu solidario y una capacidad de respuesta ante el dolor humano. Los miles de donaciones que se están entregando, las decenas de médicos movilizándose a las áreas de la tragedia, los cientos de jóvenes ávidos de colaborar, todo ello es una muestra del espíritu solidario que siempre ha caracterizado a los ecuatorianos de nacimiento o de corazón.

Arnold Toynbee, el gran filósofo de la historia de origen británico, autor de obras magistrales, como Estudio de la Historia –donde analiza el desarrollo de 23 civilizaciones– y La civilización puesta a prueba, sostenía que las civilizaciones son el resultado de las respuestas que los grupos humanos dan a los desafíos que se les presentan, ya sean naturales o sociales. Y el éxito de una civilización no solo depende de las respuestas que sabe darle una sociedad a dichos desafíos, sino a la creación que ella misma haga de nuevos retos que enfrentar.

La tragedia que nos ha ocurrido no pudo sucedernos en momento más grave de nuestra historia. Ya teníamos delante de nosotros una crisis de enormes dimensiones, con una economía que en los próximos dos años no solo que va a estancarse sino que va a decrecer hasta en un 4 por ciento, más un creciente desempleo y, sobre todo, un gobierno inepto que luego de recibir trescientos mil millones de dólares ahora se pasa prestándole dinero a todo el mundo desde Wall Street hasta Bolivia, o succionándole plata a la ciudadanía con impuestos. Por años se le advirtió que el Ecuador, como tantas otras naciones de América Latina, necesitaba tener reservas para enfrentar catástrofes naturales, o una caída del precio del crudo, o cualquier otra emergencia de esas magnitudes. El ejemplo de Chile es elocuente. Pero, como se sabe, esta recomendación fue invariablemente denostada con insultos y el mote de “fonditos”. Ahora estamos pagando las consecuencias de tanta irresponsabilidad.

Grave es entonces el desafío que enfrenta la sociedad civil ecuatoriana. Si bien el poder político ha hecho lo posible para debilitarla y socavar su capacidad organizativa –aquí viene a colación la bochornosa exposición que se hiciera recientemente nada menos que en el Vaticano atacando a las organizaciones no gubernamentales–, los ecuatorianos deben hoy más que nunca revivir su capacidad de organización al margen del Estado, pues esa es la mejor garantía no solo para defenderse del despotismo, sino también para enfrentar tragedias como la causada por el pavoroso terremoto.

La caja fiscal puede estar en soletas, pero lo que no puede faltarnos es la entereza de enfrentar estos desafíos. De ello depende nuestra supervivencia como sociedad. (O)

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