Un terremoto de solidaridad

Martina Vera

La naturaleza nos ha demostrado lo insignificante que es el hombre. Tras la tragedia sísmica que azotó al país con 7,8 grados en la escala Richter todos nos sentimos vulnerables, desamparados y desolados. No importa si sufrimos o no una pérdida directa. El terremoto espiritual lo sentimos todos los ecuatorianos sin importar cual sea nuestro credo, tendencia política, estrato social o condición humana. Ese estremecimiento se ha canalizado a través de donaciones y la ayuda de miles de voluntarios. No obstante, es necesario anteponer antepone el beneficio colectivo a la necesidad humana de sentirnos útiles y gestionar ayuda desde ámbitos que no obstruyan las labores de rescate y racionalizasen la distribución de donaciones entre distintas localidades y a lo largo del tiempo. Las necesidades apenas empiezan.

Los desaparecidos

Mujeres, hombres, ancianos y niños salen uno a uno de los escombros gracias a la titánica labor de los cuerpos de bomberos. Otros, aparecen en hospitales sin sentido de la identidad u orientación y son atendidos por profesionales dedicados y valientes. Varios, aun tienen paradero desconocido. ¿Cómo ayudar a que aquellos de paradero desconocido aparezcan? Dejando de lado el alarmismo y priorizando el cruce de información al unísono. Evitando difundir información incierta. Reportando desaparecidos en la plataforma de uso mundial que el Ministerio del Interior ha importado para la catástrofe. Llamando al 1800-denuncias en caso de conocer el paradero de un desaparecido. Siendo cuidadosos, veraces y solidarios. Dejando de lado el amarillismo y la necesidad de mostrar nuestra solidaridad sin rumbo fijo.

Ayuda en el terreno

Mucho ayuda el que poco estorba. Yo, sé que estorbo. Estorbo en las zonas cero del país. Carezco de conocimientos médicos y tampoco tengo entrenamiento como rescatista. No carezco de humanidad y solidaridad, pero la lucidez me indica que esas emociones no me permitirán remover escombros, curar heridos, ni reestablecer servicios básicos. Permitamos a los expertos desarrollar su labor y no la obstaculicemos. Seamos los pequeños y anónimos héroes que logran grandes cosas. Gestionemos aportes desde lo cotidiano sin obstruir labores en ciudades y pueblos colapsados y canalicémoslos con elocuencia. Solo así nos aseguraremos de que nuestros esfuerzos arriben a los sectores más necesitados a tiempo.

Por sobre todo, desenterremos de los escombros en casa y en el trabajo aquello que una victima de Pedernales nos recordó tras vivir horas de tragedia en televisión nacional: la necesidad de replantearnos la manera en que vivimos nuestras vidas. Volvamos a nacer, pero esta vez, sin personalismos, sin egoísmo, sin rencor y con respeto al planeta que habitamos. Reconstruyamos los sectores afectados tanto como nuestra mente y acciones para terminar con una guerra absurda entre sectores de la población que nunca debió existir y no debe resurgir jamás. No es el primer ni el ultimo terremoto que afrontaremos con la frente en alto, pero si será el que marque un hito emocional en quienes quieren vivir en un Ecuador unido hoy, mañana y siempre.

Más relacionadas