Cuatrocientos años de Miguel y Will

A ambos se les ha adscrito méritos que trascienden lo estrictamente literario. Al igual que Homero y Dante, “son simbolo de una lengua y una cultura”. Ambos tienen detractores históricos que descreen de su excepcional capacidad creativa. Shakespeare lo logró pese a saber “poco Latín y menos Griego”, mientras que Cervantes ha sido famosamente descrito como poseedor de un “ingenio lego”. Sus sendas biografías son más un esbozo de sus vidas, por la fraccionada y escasa información existente. Ambos fallecieron el mismo año, 1616. Pero no el mismo día, 23 de abril, como se suele repetir, pues entonces España marcaba el calendario gregoriano e Inglaterra el juliano. Lo cierto es que en esta fecha que se avecina se conmemora el cuatricentenario de sus muertes. Y la UNESCO ha declarado al 23 de abril como Día Internacional del Libro y el mundo, en especial Inglaterra y España, los celebran.

Pese a los cuatro siglos de distancia, sus obras cumbres continúan vigentes. Siguen siendo leídas o vistas. Para Mario Vargas Llosa, el Quijote es una novela para el siglo XXI, pues “aunque no lo sepan, los novelistas contemporáneos que juegan con la forma, distorsionan el tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes”. Igual sucede con Shakespeare, que es el patrón de medida con que los dramaturgos de nuestro tiempo discretamente evalúan el buen o mal acabado de sus obras. Otros, como el español Javier Marías, titulan sus excelentes novelas con versos shakesperianos: “Corazón tan Blanco”, de Macbeth; “Mañana en la Batalla Piensa en Mi” de Ricardo III; o su mas reciente, “Asi Empieza lo Malo”, de Hamlet.

Llegar a ser lo que son es logro improbable. Para Stephen Greenblatt, de Harvard, y experto shakesperiano, “un joven de un pequeño pueblo provinciano… sin conecciones familiares poderosas, y sin una educación universitaria, llega a Londres al final de los 1580, y en un lapso remarcablemente corto, llega a ser el más grande dramaturgo, no de su época, sino de todos los tiempos”.  Cervantes ha sido descrito como un héroe, mas no por su relevancia artística, sino por haber logrado la inmortalidad pese a la vida azarosa y precaria que le tocó vivir. De su padre, heredó deudas y juicios.  Perdió la libertad por lo menos en dos ocasiones, la primera tomado prisionero de guerra, la segunda, acusado de malversación de fondos públicos. Con una diferencia: Shakespeare murió dejando respetable legado económico (le heredó “mi segunda mejor cama” a su esposa, y la mayoría de bienes a su hija favorita, Susanna. Cervantes en cambio, dejó este mundo esencialmente en la pobreza.

Más el mejor homenaje que podemos hacerle a este par de titanes en su efeméride, no es tan solo hablar o escribir sobre ellos. Sino leerlos. Del Soneto 57 de Shakespeare, he aquí una traducción personal, a la que parece importarle más la consonancia que la estricta métrica:

Siendo tu esclavo, qué puedo hacer

Sino estar pendiente, amor, de tus deseos.

No tengo tiempo precioso que cuidar,

Ni servicio alguno que ofrecer,

Hasta que digas: “Ahora te requiero”.

Ni me atrevo a maldecir las horas largas,

Mientras yo, mi soberana, veo lentas como van.

Ni pienso a la pena de tu ausencia amarga,

Una vez que has pedido a tu sirviente soledad.

Ni me atrevo a cuestionar yo con mis celos

En dónde y con quien podrás estar.

Mas como triste esclavo me desvelo,

Imaginando cuán felices los haras…

Y de Cervantes, del Capítulo 68, de la  Segunda Parte del Quijote, un fragmento que jamás perderá vigencia:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida….” 

(O)

 

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