Crónicas desde la Zona Cero III: rescatando a los balseros de Jama

Domingo 1 de mayo

No soy especialista en emergencias. Quien sabe del asunto dice que hay tres fases: emergencia propiamente tal, recuperación y reconstrucción. En la primera se rescata a las víctimas, se atiende a heridos y se provee de agua, alimentos, ropa, colchones y algo para protegerse de las inclemencias del tiempo. Esta fase concluyó y la despreciada lata de atún (símbolo de la masiva muestra de solidaridad), que manos generosas pusieron al alcance de los damnificados, calmó el hambre. El símbolo de la masiva muestra de solidaridad del país, es el atún. Esta fase tiene sus rostros: los rescatistas de varios países, los bomberos de Quito, Guayaquil, Santo Domingo. Nombro sólo algunos, fueron muchos de casi todo el país, el personal de salud de campo, Fuerzas Armadas y miles de voluntarios.

Una semana después regreso a la Zona Cero. El cambio es impresionante. Estamos en la segunda fase. La ruta esta vacía. La gente ha dejado los improvisados campamentos que se instalaron al borde de la carretera. Se observan carpas de Naciones Unidas, Unicef, Médicos sin Fronteras, entre otros. Las Fuerzas Armadas han asumido un rol protagónico. Desde el margen pienso que tal vez es el resultado de la trompada al ministro Ponce. Es un decir. Me comentan de un incidente: una funcionaria del MIES trata de dirigir una reunión de afectados y se encuentra con un grupo crítico por la tardía acción del gobierno. Apenas le escuchan. El orden se re establece cuando un oficial del Ejército ingresa a la reunión.

Sí, mucho ha cambiado. Los que perdieron su casa van a los «nuevos» campamentos, o se han marchado donde algún familiar en otra ciudad, los que tienen su casa aún en pie, la apuntalan y regresan. Tratan de recuperar lo poco que les queda, también una vida, un pasado que tiene muchos escombros por remover, una cotidianeidad perdida.

Necesariamente la naturaleza del trabajo voluntario debe cambiar. Se trata de apoyar este complejo proceso de recuperación: apoyar a los niños, abrir una línea de trabajo con los adolescentes y jóvenes. Este es un grupo que si no tenía espacio en el mundo anterior al sismo, ahora flota en un universos sin sentido y sin futuro. También es preciso coordinar. Hay otros actores presentes. Eso se comentan entre los voluntarios que mañana regresan a Quito. Sus rostros están marcados por la tensión y el desgaste emocional de una semana en una zona de desastre. El dolor humano es difícil de sobrellevar. El propio y el ajeno. Lágrimas, abrazos, experiencias para compartir, lecciones de vida, también risas: son jóvenes. Luego de la primera respuestas queda la tarea de pensar un voluntariado organizado que vaya más allá de la solidaridad inmediata. Es abrir una reflexión desde y sobre la práctica.

Lunes 2 de mayo

Alguien ha dejado sobre un destartalado sillón el Diario de Manabí. Leo la noticia del Comité de Reconstrucción formado por Correa. Entre los integrantes está Vinicio Alvarado. Para no creer. Este personaje hizo la más canallesca descalificación de quienes acudieron en ayuda de las víctimas: «Solidaridad de teletón» la llamó. Esas palabras lo retrata de cuerpo entero. En una democracia ese sujeto debería haber renunciado. Pero aquí no pasa nada. Es pana del gran jefe y representa bien la política pública del gobierno. Me provoca calofrío. En las grandes desgracias sale a flote lo peor y lo mejor del género humano.

Voy a Jama. Mi propósito es hacer algo por aquella pequeña e invaluable joya que es el Museo Municipal. En el mercado encuentro a Raquel Farías, directora del Museo. El Municipio atiende allí. Le pregunto que si podemos ayudar en algo. Me dice que espera apoyo pero que aún no llega. Habla con el Director Administrativo del Municipio y le autoriza a que visitemos el lugar.

El Museo ocupaba la planta baja del edificio de la Función Judicial. Aún está en pie. Hay esperanza de que los daños no sean tan grandes. Ingresamos. La estantería que ocupaba toda una pared ha caído y bloquea el paso. En el piso junto a los vidrios y pedazos de mampostería se encuentras piezas rotas. Sin embargo, pese a haber caído algunas se conservan enteras, entre ellas una mujer, con el torso desnudo, su tocado, collar y brazaletes de un delicado color verde esmeralda. Está intacta. Tomo una fotografía con mi celular (la comparto con ustedes).

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No hay mucho por hacer. Necesitamos apoyo especializado. Pienso que debería haber un grupo de Arqueólogos sin Frontera. Acordamos en reunirnos por la tarde y rescatar aquello que está en serio riesgo de destrucción con la consecuente pérdida irreparable. Cada pieza es la memoria de una cultura, excepcionalmente rica que admiro. Llamo a Quito y Sylvia Ortiz me instruye brevemente en cómo debemos proceder. A la tarde vamos nuevamente al museo. Voy acompañado de tres voluntarios, Nicolás, un todo terreno, Guliano, un abogado y Emilia, una fotógrafa, la encargada del museo y un funcionario del municipio. Con sumo cuidado procedemos a sacar las piezas que están en el piso, las que corren mayor riesgo. Las fotografiamos, registramos su código y las ponemos a salvo en la biblioteca municipal. Son figuras de mujer con sus tocados. No es mucho más lo que podemos hacer pues la tarde llega. Mañana continuaremos con la tarea. De vuelta al Monasterio me imagino a esas mujeres que un artista desconocido las inmortalizó en arcilla. Las veo caminar, imponentes, con sus tocados, su torso desnudo, sus collares de esmeralda y oro, por la extensa playa de Don Juan.

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