Los calendarios

El uno es el calendario del Gobierno. El otro es el calendario de la oposición. Y el tercero es el calendario de la ciudadanía, de la gente común y corriente. Ninguno de estos calendarios coincide, y cada uno parece contar los días diferente.

El calendario del Gobierno está marcado por su decisión indeclinable de no abandonar el núcleo de su modelo económico: crecimiento del gasto corriente, minar a la dolarización, y seguir dilatando a más no poder la firma de acuerdos comerciales con nuestros socios comerciales. Qué si ello llevará a la destrucción de la economía ecuatoriana en los próximos meses, y a una eclosión social resultado de un creciente desempleo, pues eso no importa. Si ello significa que lo que se le entregue al próximo presidente no sea la banda presidencial sino un ataúd, bueno eso tampoco importa. Lo que importa es poder mañana reclamar en el panteón de la izquierda boba latinoamericana un sitial como los herederos vírgenes del socialismo del siglo XXI.

Pero no solo eso. El calendario oficial está dedicado, además, a arrancharse las últimas ollas encantadas que quedan; a desnudarlo a uno de los ungidos, para prepararle el camino al arcángel de Ginebra, que al parecer vive del aire; a distraer al país con los fuegos pirotécnicos de reformas constitucionales con dedicatorias, a la usanza de la partidocracia; a dar lecciones semanales de ética; e ir dejando todos los candados bien cerrados para evitar la misma suerte de Cristina. Difícil es creer que la nueva conformación de la Corte Constitucional es solo una coincidencia.

El calendario de la oposición es otro. Tan absorbida está en las elecciones que a buena parte de ella parece no preocuparle las medidas que se vienen adoptando, pues da la impresión de que cree que el país saldrá a flote una vez que llegue al poder. Absorbida por el mismo cálculo, tampoco parece afectarle a parte de ella ese grotesco despilfarro de los fondos públicos. Ha sido un abuso de fondos públicos –porque el despilfarro es eso, un abuso de fondos públicos– tan gigantesco, y sobre todo que se hace a la luz del día y por escritura pública, que ofende a la ciudadanía el que nada se haga al respecto, salvo las declaraciones de cajón. En sus días, Febres-Cordero y Osvaldo Hurtado demostraron, con motivaciones y fines diferentes obviamente, lo mucho que se puede hacer como oposición sin importar las adversidades y desafiando todos los augurios.

El otro calendario es calendario de la ciudadanía. En él lo que aparecen es desempleo, inseguridad, falta de crédito, incertidumbre, impuestos, inflación y más impuestos. ¿Podrá soportar el país esta situación por once meses más? ¿Debe soportarlo? ¿Pueden (o deben) el padre o madre de familia sin empleo sentarse a esperar las próximas elecciones? Claro que el Estado y su burocracia no van a quebrar. El problema lo tenemos los demás. (O)

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