Preso

En serio, no había hecho nada. Estaba silbando distraído cuando me capturaron, supongo que se confundieron y me encerraron por equivocación.

No leyeron mis derechos. Me tuvieron aislado hasta comprobar que no tenía ninguna enfermedad contagiosa, luego, me pasaron a una celda común.

Había otros, muchos, que se quejaban igual que yo, gritaban y exigían liberación.

No tenía abogado así que preparé mi defensa. Pensé que bastaría con explicar quién era y cómo fui educado.

Decidí escribir un alegato.

En él, digo que mis padres me enseñaron a trabajar desde la madrugada, y lo hacía de buen ánimo. De hecho, ellos cantaban al amanecer y yo aprendí a hacer lo mismo. Cumplíamos un horario estricto, siempre pendientes del clima.

Incorporo relatos sobre mi familia. Quizá fue un detalle inapropiado pero quería que las autoridades conocieran mi filosofía de vida.

Escribo que a mi pareja la encontré en un mercado de frutas. Comía con gusto, concentrada. Hice mis mejores acrobacias para captar su atención y cuando por fin me vio, sentí mi cuerpo aletear de emoción.

Desde ese día nunca nos separamos…hasta hoy. ¿Qué pensará? ¿Quizá que la abandoné? ¿Que encontré a otra? No lo creo. Somos de esa especie casi en extinción que le apuesta a la monogamia.

Relato que yo mismo construí mi casa. Fabriqué las herramientas y edifiqué nuestro hogar, un nido cálido y acogedor.

Menciono que transmito a mis hijos los principios que recibí. Nada de opulencia. Comer solo lo necesario y trabajar de “sol a sol”. Quiero que cuando extiendan sus alas y vuelen independientes, continúen la tradición.

Concluyo el texto.

Mientras esperaba a la autoridad inspeccioné el entorno. Había agua y comida en abundancia. Los presos comían aburridos y sin descansar. Tenían el vientre abultado y sin embargo, seguían picando y picando. Noté que los barrotes eran nuevos o recién pintados: ¡dorados como una jaula!

No había baños pero limpiaban el piso con frecuencia. En los exteriores, mucha gente entraba y salía. Nos miraban curiosos, comentaban y se iban.

Empecé a llamar al guardia pero no me hacía caso. El tiempo transcurría y la desesperación aumentaba. Fuera de control y en un arrebato de furia grité y volví a gritar. ¡Libertad! ¡la prisión me mata! ¡libertad!

No fui el único. Los demás detenidos también reventaban sus pulmones en señal de protesta. Pero los de afuera no se inmutaban. De pronto, uno de ellos volteó a vernos y sonrió…!sonrió!

De inmediato un grupo de personas se acercó a nuestra celda y conversaban entusiasmadas.

Escuché sus expresiones y quedé desconcertado. Un humano le decía a otro: “en esta tienda de mascotas los loros son los más lindos. ¡Cómo cantan!”

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