El regreso de los nacionalismos

Giuseppe Cabrera V.
Ambato, Ecuador

Los totalitarismos parecían ser el escenario ‘sine qua non’, en donde germinaban los nacionalismos de ultra derecha como el nazismo o el fascismo. Después de la crisis financiera mundial del 2008 y con la tragedia humanitaria de cientos de miles de desplazados que han escapado de los gobiernos convulsionados de herencia oriental como Siria y Libia. Se ha abierto una peligrosa brecha en las democracias liberales occidentales, para que los políticos nacionalistas usen el miedo y sentimientos xenófobos como herramientas electorales para irrumpir de nuevo en Europa y Estados Unidos. Estas naciones tienen ciclos contrarios a los latinoamericanos. Mientras en Latinoamérica parece ser que los ciclos populistas se vienen cerrando, en estos países desarrollados occidentales al norte del planeta, parece que recién empieza la apertura al populismo.

Recientemente, en el marco de las negociaciones entre Canadá, México y Estados Unidos, Obama hablaba del populismo refutando a Peña Nieto el uso del término. La alusión que hacia Obama, es al hecho de que generalmente la derecha está acostumbrada a tachar a cualquier candidato de izquierda de populista, pues ofrece la vía de un Estado de bienestar en la cual la mayoría de tendencias a la orilla derecha no creen. El mismo Obama, que dicho sea de paso se identifica como de centro-izquierda, fue tachado de populista cuando hablada de programas médicos como el Obamacare o una reforma a las políticas de inmigración. Y, hacía mención, al hecho de que tanto Sanders como Trump han sido calificados de populistas, con lo que discrepaba pues consideraba que el discurso del virtual candidato republicano es xenófobo y racista, mientras que Sanders tiene un discurso progresista apegado al pueblo, bajo una tendencia del socialismo democrático de los tiempos de Olof Palme o Willy Brandt. Pero cometió un error al querer identificar aquella cercanía con el pueblo como populismo al declararse populista, y que Sanders también lo era por haber estado en las luchas sociales, acompañando cuando joven a Martin Luther King Jr. en el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Una rotunda equivocación, pues el populismo no es una ideología política, sino una receta que tiene como único fin el acceder al poder y mantenerlo el mayor tiempo posible bajo cualquier costo, y para dicho fin puede vestirse de derecha o izquierda, según la ocasión lo amerite. Usa el discurso que convence a las masas sin pensamiento ni voluntad otra que no sea la de seguir al líder mesiánico ungido para gobernar y refundar la patria o devolverle su grandeza de tiempos pasados.

En Europa han florecido ambas formas de populismo nacionalista, aquel que usa el discurso de izquierda como en el caso de PODEMOS en España, o el otro que prefiere la retórica de derecha como el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) en Gran Bretaña o el Frente Nacional en Francia. Estas fuerzas, aparentemente antagónicas, en realidad entran en una especie de simbiosis en donde la una necesita de la otra para seguir subsistiendo, pues presentan a los extremos como las únicas soluciones aparentes, buscando desplazar a las tendencias de centro como las democracias cristianas, los liberalismos moderados o las socialdemocracias.

Ante el auge de estos nacionalismos, la respuesta está en profundizar los procesos democráticos, afianzando el sistema republicano representativo e impulsando la posibilidad de nuevas formas como la democracia participativa, que promueve la participación de la sociedad en política, al sentirse realmente parte de los procesos políticos, que no solamente se ejerce cada cuatro años con el voto, sino que se nutre con la acción política responsable que encamina el destino de las naciones y conmina a los políticos a pensar no solamente en las próximas elecciones sino por sobre todo en las siguientes generaciones.

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