¿Ver o soñar?

A la edad de 76 años, este hombre múltiple que controlaba todos los pasos de sus películas (argumento, guión, filmación, montaje, elección de actores, locaciones, aunque también era fotógrafo y poeta) acaba de fallecer en París, donde se encontraba exiliado por causa del gobierno teocrático de los ayatolá de su país.

Kiarostami, por no haber ensalzado lo que se conoce como “la revolución de los ayatolá” que estalló en 1979 y transformó la antigua Persia en la República Islámica de Irán, con el sanguinario Ruhollah Jomeini a la cabeza, aunque tampoco la criticó, tropezó con problemas insalvables para realizar su obra cinematográfica, al igual que su amigo y colega Jafar Panahi, quien decidió quedarse a vivir en Teherán donde sigue trabajando en la marginalidad.

En un artículo publicado en la revista francesa “Cahiers du Cinema”, con motivo del estreno de su película “A través de los olivos”, Kiarostami dijo: “Si tuviera que escoger entre soñar o ver, escogería soñar, sin dudarlo. Creo que con la imaginación y los sueños se puede soportar la ceguera. Sin sueños la vida sería imposible. ¡Vivan, pues, los sueños! Por eso mismo, el cine es una forma de aproximación a los sueños, de los seres humanos y, por eso, el cine merece ser adorado”.

En esta época en la que una buena parte del cine se ha desnaturalizado a través de producciones donde los “efectos especiales” y la computadora hay sustituido al contenido humano, las películas de Kiarostami aparecen, más que como películas, como una afirmación moral de la creación artística. Sus películas realizadas sin actores profesionales, en escenarios naturales, muchas veces con unas pocas hojas escritas por el realizador a manera de guión enfrentan al espectador, sin abrumarlo, sin aturdirlo, con lo más sensible de la humanidad de sus personajes. Esa es la otra cara, posiblemente la verdadera, de un país sojuzgado por un régimen brutal que en 1988 ejecutó, según Amnistía Internacional, a casi cinco mil prisioneros, cifras que en la calle suben a 30.000.

Sus películas fueron premiadas en los festivales internacionales de cine más importantes del mundo. En Venecia fue nominado 4 veces y ganó tres; en Locarno, nominado 5 y ganó 4; en Cannes fue nominado 6 veces y ganó dos, para mencionar nada más que tres grandes muestras.

Lastimosamente en nuestro país hemos permanecido al margen de su obra mientras el público es idiotizado con las superproducciones hechas por máquinas, donde el ser humano ha sido sustituido por una marioneta y, lo que es peor, el espectador se siente más identificado con ella, con la marioneta, que con su prójimo. Muy lejos todo esto del cine de Kiarostami, el de “El sabor de la cereza”, por ejemplo, en la que un hombre abatido por su angustia, busca la manera más eficaz de suicidarse y desaparecer de la vista de todos. Hasta que un anciano humilde le habla de las pequeñas cosas que hacen más llevadera la vida, como el sabor de las cerezas; una frase que años más tarde transformó Woody Allen, experto en apoderarse de frases ajenas y olvidarse de mencionar a su autor en aquello de que “la vida merece vivirse por esas manzanas violetas que pintó Cezanne”.

Su capacidad de recrear la realidad, pero también de transformarla la puso en evidencia en “A través de los olvidos” (1994), que es un falso “making-off” (como se hizo) de una película que había rodado dos años antes: “Y la vida continua” (1992) en medio de un pueblo, en la región de Koker, norte de Teherán, del que no quedó piedra sobre piedra a causa de un terremoto. Es la historia de un joven, perdidamente enamorado de una muchacha con la que no se puede casar, ya que él no tiene una casa propia.

Lamento la brevedad del espacio que hace imposible acercarse a la obra de este cineasta que se decidió por los sueños y, felizmente, los tuvo y los compartió con nosotros.

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