La hermosa razzia

No porque no haya que odiar, me sigo diciendo, sino porque ese acuerdo peligroso y fascista –sí, fascista- entraña demasiados sobrentendidos como para justificar la aberración. En pocas palabras: si todo el mundo odia a algo o alguien es porque nadie se tomó la molestia de fisurar el sentido común. O tal vez, más cristianamente, porque el odio colectivo puede ser una de las más rentistas pero simplonas de las emociones y una máscara de la incompetencia general de entrar en una atmósfera de ángulos oblicuos, de grises ajustados, una atmósfera en la que casi todo aparece revelado de forma más ambigua y tenue y las verdades rotundas fallan en explicar una coyuntura recóndita. El odio brutal refiere de quien odia; no de quien es víctima.

¿Cómo defender a la UNE? ¿Cómo defender a una institución que fue para el inmenso colectivo ecuatoriano algo así como la encarnación de todos los vicios de un país incómodo consigo mismo, poco dada a la renovación y el ingenio, ajustada cerrilmente a acuerdos de poder que lastraban o lastran la transparencia y la educación pública de la calidad?

Hay que defender a la UNE porque es eso, pero también es mucho más. Y porque al Ecuador le fascina odiarse, siempre y cuando proyecte en el más débil (en el más oscuro, en el más indígena, en el más masivo) sus propias miserias.

La reciente razzia en contra de las instalaciones de la UNE recuerda el modo en que la fuerza bruta irrumpió en la casa de Fernando Villavicencio y para justificarse se vistió de legalidad y cumplimiento de las normas y el deber. Interpelar a los estrategas y a su cohorte de intelectuales que justifican semejante vileza en nombre de un proyecto nacional es más fácil y resulta más inútil que defender el silencio de medio país ante semejantes acciones. Pero ese silencio es cómplice y enmarañado y, al contrario de lo que se le ha dado a la UNE, no merece odio, pero sí escrutinio y preocupación.

Durante muchos años, la UNE se alimentó de alianzas patibularias que la sostenían con extraños privilegios. Simultáneamente, sin embargo, fue el bastión de defensa de lo público, en su sentido más radical y necesario, más democrático y abarcador. No fueron quienes ahora organizan las redadas en su contra los que previnieron que el país se privatizara a mediados de los noventa como si fuera feria libre; fueron, en buena medida, organizaciones como la UNE, con ésta a la cabeza. Tampoco fueron quienes se callan los que sacaron a Mahuad, Abdalá y Gutiérrez de sus festines sin cuenta en la presidencia. Fue la resistencia organizada de profesores del sector público a los que se les debía cuatro, cinco meses de sueldo, tal y como lo fue de indígenas olvidados por un Estado que se asomó solo para quitarles territorio, por mujeres acosadas en las calles y los hospitales, y por dirigentes barriales a los que de golpe se les maceteaba acusándoles de mafiosos y pactadores.

Lo curioso es que, a fin de cuentas, estas razzias le habrían agradado mucho al ingeniero León Febres Cordero, a las juntas militares, a las multinacionales de la educación y a los nuevos gobiernos que aterrizan en América Latina, salpicados de popularidad porque la solución progresista resultó ser peor que el azote neoliberal. Para todos ellos la idea divina de disolver cualquier oposición organizada desde el decretazo y la fila de cascos y ametralladoras es, no un alivio, sino una forma de progreso.

Pero no hay que odiarlos, me digo mientras escribo. No hay que odiarlos. Hay que contar cómo ellos terminaron juntándose, aunque de boca para fuera se detestaran, y le dieran a comer a la gente un cuento sobre una hermosa razzia, con el volumen en cero y la cámara en ralentí, en la que participan valientes soldados de la patria y, de forma cortés, respetuosa y sensible, ateniéndose a la ley, proceden a fiscalizar a una agrupación como lo hacen con todas porque les asiste la ley y la transparencia y porque el proyecto político y porque la vieja izquierda y porque los ecologistas infantiles y porque los profesores vagos. Porque la patria ya es de todos y es feliz, comiendo el cuento de una justa incursión de madrugada, la incursión que nos salvará de todo mal y nos abrirá las puertas al progreso que todos queremos ver en nosotros porque nosotros lo llevamos adentro, y no lo llevaban los maestros ni los indios ni los pobres sindicalistas mafiosos. Nosotros, hermosos como una razzia.

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