Gloriosa Patria

Lo específico es que en este caso puede afirmarse que es una pelea en que se arrojan las armas desde la retórica. Ya menos sobre el acomodo de poder y sus remezones –total, Correa ya se va y debe haber una lista de candidatos que quieran devolverle los privilegios a los anacrónicamente llamados defensores de la patria. Al final, incluso con sus delegados, poco cambiará.

El tablado parece un box afectado de una inflamación del lenguaje, que ha derivado las palabras de ambos bandos en una bolsa de términos grandilocuentes con más bien poca sustancia y sobredosis extraordinarias de pompa y chauvinismo, hasta volver a la disputa en un terreno en que parece que se intentara probar quién es el traidor y quién el leal, y quién es el apátrida y quién defiende los sagrados intereses del país.

Cosas así. Usos de palabras como vendepatria. Usos de palabras como Patria, de nuevo, como lealtad, como honor, como héroes. Como gloriosas Fuerzas Armadas. Qué terror, tanta violencia. Pero qué vacuidad, al mismo tiempo.

La verdad es que a mí me parece que Correa ha perdido una enorme oportunidad de debate y cambio y el malentendido en cuestión es haberse enzarzado en ridículos usos de soflamas que no dicen apenas nada. Tal vez la médula ni siquiera iba por el camino de cortar o no las generosísimas prestaciones que tienen los militares en el Ecuador, sino por algo todavía más profundo y complejo: poner al país a pensar cuál debe ser el papel de las Fuerzas Armadas y, en última instancia, si ésta debe seguir existiendo como se la conoce o si debe reformularse, visto lo que sucede en Colombia y el resto del continente, aunque también en las cifras abusivas que se les otorgan desde el Presupuesto General cada año.

Ya va siendo tiempo de, fuera de todo miedo sobre la estabilidad política, alguien diga en voz más alta que la de murmullo que el ejército del Ecuador ocupa un lugar hipertrófico en los gastos del país, así como en la escritura de su narrativa oficial, siempre por encima de cualquier poder civil. Cuánto se pierde por ir tejiendo historias de soldados heroicos y batallas bíblicamente ganadas. Cuánto se pierde por tener que admitir que el sueldo de un maestro es tan bruscamente menor al de un soldado. No veo demasiada diferencia entre el posicionamiento sin ambages del ejército como receptor principal de la virtud nacional –nadie más parece reclamar este lugar- y la creación de una sociedad machista, anquilosada en valores castrenses, devotamente católica y homófoba pero gustosamente acostumbrada a la mojigatería.

Está de moda no creerle nada a Correa y escucharle ya con menos preocupación que ansiedad por que se marche. Pero esta vez tal vez, solo tal vez, iba en serio. Porque ahora ¿quién va a atreverse a pedirles cuentas a los militares, quién va a evaluar sus felices privilegios y su narcisista visión del Ecuador como un territorio de historia masculina y armada? ¿Y como un grupo que obtiene muy venturosos beneficios?

Nadie, a ser sinceros. Todos querrán hacerse de a buenitas, restituirles el honor perdido –esa palabra tan impertinente- y asistir a las marchas con bandas de guerra, tanques y filas interminables de uniformados, cuya razón de ser probablemente ni ellos mismos logran plantearse.

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