Colombia: después de la tempestad

Las oscuras nubes de tormenta que en la mañana del domingo marcaron el comienzo de la jornada electoral en múltiples puntos de la geografía nacional terminaron siendo el marco adecuado para un plebiscito cuyos resultados sorprendieron a propios y extraños.

Como es bien sabido, los partidarios del ‘No’ rechazaron por un estrecho margen el contenido de los acuerdos firmados entre el Gobierno y las Farc a finales de agosto en La Habana. El resultado no solo dejó muy mal paradas a las firmas encuestadoras, que preveían un desenlace muy diferente, sino que abre un escenario en el cual prima, por ahora, la incertidumbre.

Por lo tanto, es obligatorio hacer un llamado a la humildad y exigirles tanto a vencedores como a vencidos que identifiquen puntos de encuentro con el fin de que el anhelo de la paz no se convierta en una inmensa frustración, con su consecuente saldo de muertes, violencia y desplazamiento. Lo anterior implica relegar a un segundo plano las vanidades personales y pensar en lo que le conviene a esta nación de 48 millones de habitantes que merece ensayar un camino distinto al conflicto interno que la ha desangrado a lo largo de más de medio siglo.

Muchos quisieran detenerse en los errores cometidos en las pasadas semanas. Es fácil cuestionar la estrategia de la campaña del ‘Sí’, en la que imperó el desorden y que falló en responder los cuestionamientos de los sectores más moderados de la ciudadanía. Tampoco hay que desconocer las inquietudes de diferentes sectores, empezando por las del Centro Democrático, que consiguieron sembrar en la mente de la opinión dudas que ahora merecen una respuesta diferente.

No obstante, es un imperativo celebrar que la democracia colombiana dio unas muestras de vitalidad que serían motivo de envidia en múltiples latitudes. Más allá de las diferencias vistas en las urnas, lo cierto es que la gente acudió a los puestos de votación en paz y pudo ejercer su derecho en plena libertad.

Por lo tanto, no queda más remedio que seguir adelante y reconocer que la mayoría popular se impuso. Aceptado el resultado, hay que destacar la voluntad del presidente Juan Manuel Santos, orientada a convocar a todas las fuerzas políticas con el propósito de encontrar una salida negociada que permita que el propósito de la paz se convierta en realidad.

La reacción de las Farc sugiere que el espacio para un entendimiento no está cerrado, lo cual exigirá una o más rondas de diálogos, sin olvidar que la Casa de Nariño cuenta con las facultades constitucionales para hacer realidad una paz que reciba el respaldo mayoritario de la opinión. La diferencia es que lo que venga debe provenir de un acuerdo nacional en el que se resuelvan las inquietudes de unos y otros, al tiempo que se asegure que la etapa que viene es la que más nos conviene a todos.

Solo así será posible convertir la crisis actual en una oportunidad. Imaginar las consecuencias que tendría para Colombia un regreso a las hostilidades con el grupo guerrillero pasa por un enorme desprestigio internacional, justo después de que la comunidad global saludó el fin del conflicto más antiguo del hemisferio.

No menos importante es la reacción adversa de los inversionistas que veían las posibilidades asociadas a un desarrollo de las zonas rurales y la consolidación de una clase media que duplicó su tamaño en una década. En momentos en que la economía nacional enfrenta los vientos adversos de la desaceleración, lo que menos se requiere es enviar señales confusas y entrar en un círculo vicioso que tenga consecuencias negativas sobre el crecimiento y el empleo.

Tal como están las cosas, corresponde a los ganadores y perdedores entender el mensaje de un país claramente divido en dos. Una mirada al mapa deja en evidencia que los departamentos del centro tienen una visión y los de la periferia, otra. Si se trata de conseguir la reconciliación duradera y cerrarles las puertas a las desigualdades regionales, no hay otra alternativa diferente a la de escuchar las voces provenientes de las zonas más apartadas, en donde el sufrimiento supera con creces aquel experimentado en los principales centros urbanos.

En conclusión, corresponde a unos y otros trabajar en la búsqueda de la concordia nacional. Tal como reza la conocida expresión, a los colombianos son muchas más las cosas que nos unen que las que nos dividen. Debido a ello, a partir de hoy la única salida es la de trabajar todos al unísono con el fin de encontrar una salida que lleve al fin de una guerra fratricida que tiene que acabarse, reconociendo que hay elementos que deben ser rebalanceados.

El llamado está dirigido en particular al expresidente Álvaro Uribe Vélez, el gran triunfador de la jornada de ayer. La victoria conseguida por el líder del Centro Democrático es un premio a su tesón y capacidad de trabajo. No obstante, ahora el exmandatario debe abrirle espacio a entenderse con sus contradictores, a sabiendas de que su movimiento será una alternativa de poder en las elecciones del 2018, lo cual le exige pensar no solo en el país de ahora, sino en el del mañana. Por eso tranquiliza el llamado que hizo anoche en el sentido de buscar un acuerdo nacional.

Que la patria está en juego es algo que suena a lugar común. Sin embargo, la expresión es verdad, pues un fracaso ahora no solo constituiría perder una oportunidad de esas que llegan de vez en cuando, sino que implicaría renunciar al sueño de construir un país más justo, próspero y pacífico. La grandeza, que tanta veces ha brillado por su ausencia en los meses pasados, debe imperar en esta etapa en la cual, ojalá, lleguemos a puntos de encuentro más temprano que tarde.

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