Cosa de indios

Cosa de negro: algo en lo que no merece la pena meterse por peligroso y salvaje, por tribal y animista y contraprogreso, negándosele, así, la afirmación de sus conocimientos más allá de las insulsas y escasas políticas de Estado. Los negros: una comunidad a la que se le pensaba –y piensa- primitiva e incivilizada. Peso muerto, que diría Carlos Monsiváis.

No mucho después corroboré que ése es efectivamente el modo de lidiar, de cierto Brasil blanco, con la diversidad cultural y el gigantesco legado transportado con los esclavos desdelas Áfricas múltiples y fermentado con tradiciones indígenas, espacios urbanos o de explotación agrícola. Brasil no puede pensarse sin estas aportaciones y lo insano, aparte de las millas de ignorancia de las élites, es que son estos mismos sectores los que en ocasiones los disfrutan y promueven de cara al exterior, en la música, la comida o el entretenimiento.

Algo muy similar ocurre en el Ecuador, donde la lucha que enfrentan los shuar y las comunidades que están siendo acosadas por los planes asesinos de explotación minera a gran escala parecen ser vistos por la mayoría de la opinión pública como un levantamiento de salvajes encorsetados en sus prácticas pintorescas o, en el mejor de los casos, como una más de las anécdotas de la inconformidad de la gente ante el correato. Habrá otro momento para discutir el cariz matonil que el Estado le imprime a estas legítimas inconformidades. Por lo pronto vale la pena pensar cómo se organiza la opinión pública –en especial las columnas de opinión- sobre el problema de la militarización de Morona Santiago y los pueblos shuar de la zona.

Sin quitar el miedo que da escribir en contra del sultanato que ha echado raíces en Ecuador, un examen detenido de los últimos días descubre que las preocupaciones de los columnistas orbitan, salvo una o dos excepciones, alrededor de la política económica, la transparencia en el Estado y los escenarios electorales de febrero. No digo que no hay que hablar de esto: medio mundo busca trabajo en el Ecuador, la revolución de las manos limpias es la revolución de las cuentas en paraísos fiscales y los fajos en los tumbados y, si no se produce algún milagro, a mediados del próximo año tendremos al Opus Dei en la presidencia o a la Embajada China como centro de diseño de políticas sociales, económicas, energéticas, culturales y exteriores.

Sí digo, en cambio, que con la persecución a Acción Ecológica, con las prerrogativas que se les ha otorgado a las mineras chinas de militarizar sus zonas de ecocidio y la criminalización de las comunidades shuar, la respuesta que tiene que haber en los pocos intersticios de inconformidad y disensión permitidos debe ser, como poco, enérgica. Pero esto no sucede: aletargados en la retórica de la pontificación tecnocrática y en ese gusto por sermonear lugares comunes a mansalva, los columnistas, creadores de opinión o la élite letrada de este país desvela el verdadero carácter de la oposición anticorreísta, que no es sino el de ser un estrato acomodaticio, viciosamente racista, perezosamente reacio a cualquier tipo de justicia social y, finalmente, concupiscente con la resolución de conflictos “manu militari”. Más aún si son indios.

El estatuto de lo que se libra en Morona Santiago y en Íntag, por poner dos nombres de tantos, es el de la capacidad de reacción y organización de los sectores que permanecen por fuera del Estado para defender su soberanía, sus recursos naturales y el derecho a vivir de sus conciudadanos. En un país donde la abrumadora mayoría de las conquistas sociales se ha producido gracias a estos grupos y sectores que ahora son invisibilizados por los medios de comunicación privados, y no solo por la maquinaria correísta, el futuro después del Sultán ya está escrito: la misma carnicería, el retorno de las antiguas aristocracias semianalfabetas y la retórica vacua del liberalismo de prescripción universal. Cosa de indios nomás es: que les den bala.

 

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