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A pesar de que los zares de la propaganda oficial piensen lo contrario, los ecuatorianos no son unos idiotas como estos señores creen. El país se da cuenta de que están tratando de ganar tiempo; ganar tiempo para llenar el escenario público con otros escándalos, persecuciones, detenciones, denuncias, juicios, amenazas, insultos y otros artificios similares, para distraer e infundir miedo. Para ello no se detendrán ante nada, ni escatimarán recurso alguno. Después de todo, cuentan con el servilismo y la complicidad de los otros poderes públicos.

A pesar de su perpetua soberbia, el oficialismo parece que ahora sufre de desesperación. Pero la desesperación es tan mala consejera como la soberbia. ¿No se han dado cuenta de que tarde o temprano los nombres de esos funcionarios van a ser conocidos por el público? ¿No han caído en cuenta que inclusive si llegasen a ganar las elecciones, como ellos creen, la revelación de esos nombres va a provocar un sismo político incalculable? ¿Creen realmente que todos los shows que están armando serán suficientes para ocultar la verdad? Cómo será su desesperación, que es probable que los nombres de quienes habrían recibido los sobornos de la constructora brasileña sean entregados por una diputada del Congreso de Estados Unidos, y no por parte de las autoridades ecuatorianas. De llegarse a este escenario, ello constituiría una vergüenza histórica.

Pero hay más. El Ecuador no solo debería exigir los nombres de los implicados, sino también el pago de una compensación económica por el daño que Odebrecht ha irrogado al Estado. Obsérvese que Estados Unidos va a recibir de Odebrecht casi tres mil millones de dólares como multa. Sin embargo, la razón de esa multa es por haber manipulado el sistema legal de ese país para cometer actos de corrupción en el exterior, mas no por haber sobornado a funcionarios estadounidenses. Es decir, al Ecuador le asisten más razones que a Washington para exigirle a Odebrecht una compensación económica en vista de la naturaleza y efecto de su conducta. Como mínimo, dicha compensación debería ser igual al valor de los sobreprecios de las obras públicas. Esta reclamación no solo que es legítima y factible –y ya hay precedentes–, sino que la propia empresa brasileña estaría ahora abierta a considerarla. Todo ello, sin perjuicio de las sanciones personales y la devolución que deben hacer los responsables en el Ecuador del saqueo ocurrido en este caso.

Pero claro, si acá no hay interés ni en conocer el nombre de los sobornados, menos lo habría en recuperar los sobreprecios pagados por el pueblo ecuatoriano. Parecería que para estos señores el Ecuador ha sido una suerte de casino donde ellos han sido los dueños de las ruletas, las barajas y los dados. Y por una década se han pasado jugando con plata ajena como si fuese propia. (O)

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