Corrupción, el pan amargo de cada día

Nacemos sanos y la sociedad nos corrompe decía J. J. Rouseau en el siglo XVIII. Hoy parece una frase cuestionable porque la sociedad en abstracto no actúa. Son los individuos concretos o grupos de ellos organizados bajo un fin determinado quienes rompen los esquemas de convivencia, guiados por ambiciones mezquinas: consolidar o extender su área de influencia, de riqueza o de poder. Para resistir o frenar esas influencias negativas la educación pública como la privada, comenzando por la que se recibe dentro de la familia, tiene un papel fundamental.

Mis cavilaciones sobre este tema tan actual me remiten a escenas del pasado. A través de frases sabias, de refranes, poemas o narraciones simples nos inclinaban a reflexionar sobre los comportamientos que deben guiar la vida de las personas y cómo el desvío de esa ruta cobra su precio tarde o temprano.

En esa lógica nos criaron nuestras madres, nuestros padres y abuelos. Enfatizaban que la honradez es un principio esencial de vida, que la dignidad de la persona es su mayor riqueza y que es mejor alejarse de la persona falsa que usa su palabra o su imagen seductora, para encubrir sus verdaderas intenciones y corromperte. Que tarde o temprano se descubren sus verdaderos móviles, sus verdaderas inclinaciones a la mentira, a la presunción, a la ambición de escalar territorios pisoteando la buena fe de sus colaboradores o pervirtiéndoles.

Los tiempos que vivimos son amargos porque la corrupción se ha vuelto más desenfadada y cotidiana. Se presenta en diversos contextos: la oficina, el negocio, los círculos políticos, incluso en ámbitos antes casi sagrados como la cultura. En cualquiera de esos espacios se acude a la maniobra, el adulo, la compra del voto, el silencio cómplice a cambio de prebendas: promoción a mejores puestos, aumentos de salarios y ganancias extras. Hay muchos individuos que aceptan vivir y trabajar en estado de corrupción. También hay otros que se proclaman en estado de inocencia cuando a ojos vista son cínicos. Por suerte también hay quienes prefieren la renuncia o el despido antes que perder sus principios éticos. No atribuyamos la variedad de tipos corruptos a la condición humana porque el comportamiento social no corresponde al estado natural sino a la filosofía de la práctica, a la ética personal inculcada por la familia, la institución educadora o la sociedad modélica.

Hoy las páginas de los diarios nos golpean con noticias escandalosas. Negocios protervos permitidos, disimulados o justificados como la prostitución, el tráfico de drogas y la venta de armas. Invasiones a la naturaleza a sabiendas que el mundo está en peligro de extinción. Salarios de lujo, edificaciones impresionantes, proyectos descabellados, cuando hay una inmensa masa de personas en carencia.

El caso Odebrecht que tanto ha llamado la atención es apenas una mancha, una mancha muy visible porque compromete a los gobiernos, sobre todo a los latinoamericanos que se habían comprometido a cuidar e incrementar el patrimonio natural, cultural y económico de sus respectivos países y cuya fragilidad moral nos deja una profunda sensación de frustración. Hemos constatado que el brillo del dinero es más letal que las balas de los fusiles.

Un caso puntual conmueve en estos días a la capital de la república y al país entero. Nos preguntamos cuál es el móvil y qué maraña corrupta se esconde detrás de la decisión de quitarle la frecuencia a un medio de comunicación como es Radio Visión, una emisora que ha mantenido una línea de trabajo propositivo, lúcido, creativo y amigable durante cuatro décadas y media. Una radio que es elegida por una vasta audiencia que confía en la palabra de los conductores de los respectivos programas y en los selectos invitados que comparten sus saberes y sus reflexiones con el público.

Las soberbias autoridades de CORDICOM ¿acaso no se dan cuenta que no solamente perjudican a la emisora sino que atropellan el derecho de cada persona, de decenas de miles de personas que eligen y escuchan a diario a Radio Visión?

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