Desestigmatizando la depresión

La depresión es una condición que afecta, según diferentes estudios, a una de cada cuatro personas a lo largo de su vida, y por eso me parece fundamental que exista un conocimiento más profundo por parte de la población para que se pueda desestigmatizar esta condición.

La depresión, sin duda, no discrimina. Puede afectar a personas de cualquier estrato social, profesional o color de piel. Y le puede tocar hasta a los que desde afuera parecen tenerlo todo, inclusive a presidentes y personas muy poderosas o de mucho éxito.  En enero de 1841, después de haberse sometido a un tratamiento para lo que sus amigos llamaban su “melancolía,” Abraham Lincoln le escribió a un amigo abogado en Washington: Soy actualmente el más miserable de los hombres vivos. Si lo que siento se distribuyera por igual a toda la familia humana, no existiría un solo rostro alegre sobre la tierra. No sé si alguna vez estaré mejor, tengo el horrible presentimiento de que jamás lo estaré. No puedo seguir viviendo así, creo que debo morir o mejorar.” Esta famosa cita del decimosexto presidente de los Estados Unidos demuestra lo absorbente y debilitante que puede llegar a ser la depresión para alguien que está atrapado en su remolino. Y, lo digo yo, es un remolino; un remolino que te deja subir para tomar un poco de aire, de vez en cuando, pero que termina arrastrándote otra vez con toda su fuerza.

Tal vez la palabra “depresión” sea un nombre algo impropio que la gente se asocia solamente con andar triste. Tener depresión es mucho más que un episodio de tristeza momentánea; es una tormenta duradera que produce no solo síntomas psicológicos sino también fisiológicos como nausea, mareos, dolores de cabeza y cansancio permanente. Pero lo que es más, la depresión entristece, desorienta, confunde; te vuele desmemoriado y te llena de miedo, y no sabes por qué estás tan asustado o de donde viene ese vacío profundo que sientes dentro. La depresión es también la aislación y la soledad; nadie puede percibir de mi exterior el tormento que está detrás de mis ojos. Es muy difícil imaginar la depresión para alguien que no la haya padecido. La depresión puede convertirle a una persona normalmente amable, positiva y feliz, como dice el escritor británico Tim Lott, en una suerte de “fantasma semi viviente.”

La depresión es, sin embargo, tratable y manejable con una mezcla de medicación, terapia, deporte y buena nutrición, pero antes de llegar a este punto crucial, hay un mal igual de imponente que la enfermedad misma, y que todos debemos enfrentar como sociedad: el estigma. Es un estigma que multiplica la vergüenza, el miedo y el secretismo alrededor de ciertos temas de salud mental y disminuye las posibilidades de que una persona deprimida intente buscar y recibir un tratamiento adecuado y oportuno.

Ese estigma es, en gran parte, el resultado de falsas creencias sobre esta condición.

La primera falsedad es que una persona deprimida quiere ser la estrella del show y que busca desesperadamente, y de la forma más pervertida, llamar la atención. Este simplemente no es el caso. De hecho, yo animaría a quien se sospeche de sufrir de depresión de poner en práctica esa falsa creencia, o sea justamente llamar la atención, hablar con amigos de confianza, familiares y gritar si es necesario hasta obtener la ayuda que, en algunos casos, puede salvar vidas.

La segunda falsa creencia es que la depresión es una cuestión de fuerza de voluntad y es algo que se puede habilitar o deshabilitar según se precise. Este pensamiento equivocado dice que deberíamos ser capaces de controlar un episodio depresivo y simplemente dejar de llorar y recobrar la compostura. Sin embargo, es importante recordar que nuestro cerebro regula muchas funciones y órganos de nuestro cuerpo que no podemos controlar directamente. El cerebro es un órgano como cualquier otro y como tal puede fallarnos a ratos.  La depresión nos hace perder el control que normalmente tenemos sobre nuestro ánimo imposibilitándonos de funcionar normalmente.

La ultima falsa creencia, y es una que tiene raíces muy profundas en la sociedad y es la causa de altos niveles de suicidio, es que sufrir de depresión sea una manifestación de debilidad y que es mejor quedarse callado, algo que especialmente tienden a hacer los hombres. Al contrario, reconocer que se tiene síntomas de depresión y buscar ayuda, a mi modo de ver, es una fortaleza. Es una muestra de valentía, mas no de cobardía. En este punto creo necesario dejar de lado la cultura del “macho al que nada le afecta” y buscar ayuda inmediatamente.

El propósito de compartir mi experiencia con la depresión es concientizar a la gente, y especialmente a otros hombres, sobre la importancia de tomar en serio temas de salud mental. Es primordial que las instituciones de salud públicas y privadas hagan más allá de lo necesario para disipar falsos mitos sobre la depresión y faciliten el acceso a servicios de calidad para que las personas que sufren de este mal no sigan escondiéndose detrás de la vergüenza y el estigma.

 

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