Calvino y sus Dilemas

Sontag parece querer desmontar la idea de la literatura como el reflejo de las vidas humanas, dando contraejemplos como este a las esquivas posturas de Berger, convertido aquí en un titubeante defensor de la tradición.

Habría, por lo pronto, dos usanzas en el relato. La ortodoxia sería el realismo, a sabiendas las obras de James y Chejov, la “gran tradición”. Perfectas novelillas de elegantes argumentos con un elenco mínimo de personajes y un final satisfactorio e inesperado.

La “otra tradición”, fundada por Poe y continuada por Calvino, sería aquella que se distinga de la canónica y se consolide precisamente a partir de un cisma, un provocador desacato de los pormenores de lo ortodoxo.

La tradición de Poe, Kafka, Borges y Calvino empieza como una tradición lectora, que estudia las normas del canon para luego abusar de ellas, exagerándolas o excluyéndolas. Algunos llaman a esto la “tradición del efecto”, podría llamarse también la especulación desde la ironía.

Se busca entonces indagar en la estructura misma del relato, no como un medio, más bien como un fin en sí.

En su “Relatos Fantásticos del XIX”, Calvino se convierte en un curador del relato, pero también en un comentador que resume los argumentos de cada narración en la colección, suspendiendo la curiosidad del lector, despojándolo de su incredulidad. Agrega también una opinión sobre el efecto más duradero de cada relato, casi siempre un instante visual, intensamente descrito.

En su “Si una noche de invierno un viajero” Calvino involucra al lector, oscilando entre la perspectiva del narrador en tercera y en segunda persona, sin dejar nunca que los relatos concluyan.

Está también su contribución a la ciencia ficción, representado por el narrador Qfwfq en las Cosmicómicas y Ti con Zero, un narrador tan viejo como el universo que ha tomado distintas formas, que incluyen una ameba y un hombre que viaja en un carro con otros tres pasajeros. Las historias que relata se constituyen desde hechos científicos, y operan desde la especulación y los juegos con el tiempo.

Calvino es entonces un parásito de los relatos clásicos y de los géneros literarios, un lector que se impone a otros y les dificulta la lectura, convirtiendo al canon en un espacio conflictivo, un juego entre lectores. Este juego se extiende por toda su obra, donde el lector es incitado a sucumbir ante las jugarretas que emplea para despistar, confundir y perder al lector. No todos los lectores llegan a quererlo.

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