Vindicación de Michael Corleone

Carlos Jijón
Quito, Ecuador

La escena me ha recordado a otra, de una película. Transcurre también de noche, en un restaurante.

Michael Corleone se ha encontrado con Virgil Sollozzo y están discutiendo sobre el negocio. El padre de Michael, Don Corleone, el capo de todos los capos, está fuera de combate, internado en un hospital, a donde lo han enviado sus enemigos. La familia está en retirada. Y Sollozzo, miembro de una mafia en ascenso, le está diciendo en la cara a Michael que los va a destruir, cuando este saca un arma y le dispara a traición.

Transcurre durante la primera parte de El Padrino, la monumental tríada de Francis Ford Coppolla. Sollozzo cae de lado. Es verdadera esta historia y más de un hombre fue aquel hombre. Atacar desde atrás, golpear con ventaja a un hombre desarmado, es reprochable en todos los códigos éticos, aún en los de la mafia, pero Michael lo mira caer imperturbable, absorto quizás en la miseria de su propio destino y solo se da la vuelta cuando los amigos que lo acompañan le advierten que hay que huir.

Reflexiona que al hombre al que ha atacado es un mal tipo. Un ladrón. Un mafioso que se ha aliado con la ley, lo cual lo hace más temible, y al mismo tiempo, más despreciable. La sociedad, y los medios, incluso podrían justificarlo. El clan de los Sollozzo debe ser destruido, no solo porque amenaza la libertad, sino sobre todo porque pone en riesgo la supervivencia de la familia, y es crucial si se quiere que el padre pueda retornar sano y salvo a casa. Pero el costo que va a pagar es demasiado alto para sus aspiraciones.

Michael Corleone ha querido cambiar el rostro de su familia. No es el mayor de sus hermanos, sino el que fue a la universidad, y quizás el más listo. Su hermano Santino, Sonny para los íntimos, que solo sabe golpear a los demás, está totalmente desprestigiado y todos creen que va a terminar mal. Michael no está de acuerdo con los métodos ni con los amigos de su padre, a los que separa de su entorno sin problema, pero es claro que es él quien va a heredar el negocio. Se ha casado con una mujer hermosa, es un hombre de familia, y está dispuesto a luchar por legitimar el poder que su padre amasó a la fuerza, en un ambiente en que era imposible conseguirlo de otra manera, al menos en los populosos barrios del Nueva York de los años treinta.

Pero el destino le ha jugado una mala pasada. Y el violento ataque a traición contra Sollozzo va a recordar al mundo quiénes son y cómo actúan los Corleone.  En estricta justicia, él no es culpable de nada. Cuando nació, ya su padre estaba forjando el imperio familiar, enfrentándose a tiros contra quienes detentaban el control, que tampoco eran mejores que él. Lleva el peso del apellido, del que no reniega. Pensó que podía escapar, como Ícaro, del laberinto que había construido su padre, pero las alas no fueron lo suficientemente fuertes. Su drama se ha repetido muchas veces, y seguirá repitiéndose a lo largo de la Historia: el del hombre que intenta huir del mal pero que no puede, Orfeo escapando del infierno, el doctor Fausto tratando de librarse del entorno de Mefistófeles.

Terminará como el padre, aceptando ser el nuevo Don, después de haber intentado inútilmente huir de su destino.

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