Anatomía de una transición democrática

De hecho, Cercas se detiene únicamente en un instante, el instante acontecido la tarde del 23 de febrero de 1981, durante el intento de golpe de Estado armado por militares nostálgicos del franquismo, cuando el teniente coronel Antonio Tejero irrumpe a balazos en el Congreso de los Diputados. Es, quizá, uno de los instantes más grandes y épicos de la historia española: todos los diputados se echan, espantados, al suelo y tiemblan. Sólo quedan en sus curules tres personas: el presidente del gobierno Adolfo Suárez, el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado y el diputado Santiago Carrillo.

Ese instante consagra lo más alto y digno de la historia ibérica, especialmente de la historia de la transición a la democracia. Suárez, el primer presidente elegido en comicios libres después de la dictadura, se encuentra en el triste crepúsculo de su gobierno. Una turba de militares fascistas asalta el Congreso con el fin de reestablecer el franquismo. De entre todos los diputados, solo tres hombres se mantienen firmes ante el golpe: un militar de Franco, un falangista y un comunista.

En esa imagen, convergen todas las imágenes: la república, la guerra civil, el franquismo, el retorno de la monarquía, etc. Cercas se pregunta: ¿Qué hace a tres personas tan distintas, defender la democracia durante un golpe de Estado? Y para responder a esa pregunta, escarba en los mismos orígenes de la guerra civil y la dictadura. Lo cierto es que, ante la muerte de Franco, era necesario un gran acuerdo nacional que permita construir un sistema democrático. Adolfo Suárez, el joven falangista, fue la figura lúcida que tuvo que conducir ese proceso.

El otro gran artesano de la democracia española fue Santiago Carrillo, el entonces secretario general del Partido Comunista Español. Las Fuerzas Armadas franquistas no tenían confianza en el experimento iniciado por el rey Juan Carlos de llamar a elecciones libres. Después de todo, la guerra civil se armó para sacar a los comunistas del poder. Todos estaban obligados a ceder en sus posiciones, a olvidar los deseos de venganza y renunciar al ajuste de cuentas. Cedieron en lo accesorio para no ceder en lo esencial. Luego de 40 años de dictadura y 3 de guerra, lo esencial era la democracia. Santiago Carrillo lo supo y estuvo a la altura de las circunstancias históricas.

Carrillo, el comunista, pactó con Suárez, el falangista. El Partido Comunista aceptó, por la democracia, el régimen monárquico y la bandera monárquica en lugar de la tricolor republicana. A cambio, Suárez luchó para que se permitiera a los comunistas (cuyo partido fue proscrito por Franco) participar en las primeras elecciones libres, porque entendió que sin su participación ninguna democracia sería real. Este pacto, fue clave. Si Carrillo no cedía en lo accesorio, los militares franquistas no hubieran permitido la construcción del sistema democrático.

Al menos un lustro más tarde, justamente esos hombres, que labraron la democracia con sus manos, se quedaron sentados en sus curules en el intento de golpe de Estado, sin miedo a las balas ni a los gritos iracundos de Tejero. No tenían nada que perder. Por eso, ese instante es tan valioso.

Pienso, hoy, en la novela de Javier Cercas y en el homenaje que esa obra rinde a la figura de Santiago Carrillo. Toda transición de una dictadura a una democracia implica sacrificios inmensos, pactos descabellados, conversaciones entre la derecha más recalcitrante y la izquierda más retardataria. Ceder, al fin y al cabo, en lo accesorio para no hacerlo en lo esencial. Pienso en la lucidez de Carrillo, esa lucidez ausente en los políticos de hoy, que por la democracia no están dispuestos a dar ni un pelo. Pienso en Carrillo, cuando escucho a quienes han luchado diez años contra la opresión decir que no están dispuestos a votar por un candidato de distinta ideología, porque quizá para ellos recuperar la democracia no es tan importante. Que falta nos hace tener la madurez y dignidad de Carrillo, que salvó dos veces la democracia española y que dejó su orgullo a un lado para que la dictadura no continuara. Pienso en Santiago Carrillo, sí, ahora pienso en él.

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