¿Puede ganar el mal?

He recordado la frase mientras constato cómo la campaña electoral de la segunda vuelta gira alrededor de falsedades. O lo que la revista The Economist ha dado ahora en llamar la “posverdad”: afirmaciones sin ninguna base en la realidad, pero asumidas como ciertas en base a la repetición incesante a través de los medios y, en particular, de las nuevas tecnologías de la información.

Que Guillermo Lasso fue el responsable del feriado bancario mientras era Gobernador del Guayas durante el gobierno de Mahuad, en 1999, por ejemplo. Que Lasso insultó a los manabitas. O que va a reducir el número de médicos, profesores y elementos de la fuerza pública. Mentiras replicadas ad infinitum por una maquinaria publicitaria basada en todo el poder del Estado, y que se refuerza, por ejemplo, con actos como una marcha del sindicato oficialista de maestros, organizada desde el poder, para arrojar atunes contra las sedes de CREO en Quito. O una contramanifestación en Portoviejo, encabezada por el Gobernador de Manabí y una Secretaria de Estado. O una entrevista burdamente editada en la que se hace decir a Lasso exactamente lo contrario de lo que dijo en realidad: que va a recortar maestros, profesores y policías cuando lo que dijo es que era necesario elevar la inversión en estos sectores.

Son las “verdades alternativas” de la que habló la asesora de Trump, Kellyanne Conway, para justificar afirmaciones falsas hechas por el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, sobre el número de asistentes a la posesión presidencial. Posverdades. Simple campaña sucia, que debe hacernos reflexionar si el mal puede puede triunfar en una nación y ganar una campaña electoral que ha girado esencialmente sobre la interpretación falsa de un hecho ocurrido hace casi veinte años, y sobre el que han hecho cantar hasta a Delfín Quishpe, como veo en un video que me ha llegado por Whatsapp.

¿Es maniqueo sostener que la campaña sucia de Lenín Moreno es una representación del mal? ¿No es el bien, la verdad? ¿Puede el engaño, el mal, una mentira repetida un millón de veces a través de los medios estatales y comprando espacios en los medios privados, imponerse en una campaña electoral?

Sí. Es posible. Y hemos visto ejemplos de ello hace muy poco y cerca de nosotros. Fue a través de una difusión masiva de mentiras que Dilma Rousseff logró vencer a Aécio Neves en las elecciones de 2014, con el mensaje falso de que el candidato de la derecha brasileña iba a acabar con la gratuidad de los servicios sociales. Fue a través de la mentira, y probablemente del fraude, que Nicolás Maduro logró imponerse a Henrique Capriles con las consecuencias nefastas que hoy sufre Venezuela. Fue con mentiras difundidas en Facebook que Donald Trump logró ganarle la Presidencia de los Estados  Unidos a Hillary Clinton. La pregunta es si eso puede evitarse.

¿Puede el bien ganar al mal? ¿Puede una sociedad enfrentar a un Estado que intenta sojuzgarla con mentiras? Yo creo que sí. Un aparato estatal en pleno, aunque sus principales autoridades estén volcadas en hacer campaña con el dinero público, no puede ser más poderoso que una sociedad luchando por su libertad, si es que esta se levanta. Y si esa sociedad entiende que no puede dejar su futuro en manos de unos caudillos que hacen política, sino que tiene que defenderse a sí mismo. Vale.

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