De apretones de manos

Quién se hubiera imaginado que podría existir tanta variedad en apretones de manos. Sus saludos extraños y excéntricos, o el rechazo de ellos, en el caso Angela Merkel, no han dejado solamente a la mandataria alemana boquiabierta, sino a todos. El estrechón de manos más singular de Trump es el ahora famoso “yank-shake”; es decir el apretón de manos seguido por un tirón, que le obliga a la otra persona a involucrarse en el ridículo juego de tira y afloja de la cuerda delante a la prensa mundial. En los últimos meses, este y otros apretones de mano han incomodado a varios altos dignatarios. Solo hay que mirar la cara que puso el primer ministro japonés, Shinzo Abe, al soltarse del apretón eterno con Trump; era la cara de un hombre aliviado de haberse finalmente librado del saludo baboso del presidente de Estados Unidos. Yo personalmente voy a entrar en angustias cuando Trump empiece su visita de estado en el Reino Unido este año y le toque saludar a la Reina Isabel II y al Príncipe Felipe. Pero algo tengo claro: si Trump intenta el “yank-shake” con el príncipe Felipe, yo quiero ver como va a terminar la cosa. El esposo de la Reina es conocido por sus pocas pulgas y escasos pelos en la lengua.

Dejando de lado mi zozobra por esa visita, Donald Trump me ha hecho caer en cuenta que, muchas veces, damos por sentado a las normas sociales. Algo tan básico y habitual normalmente pasaría por desapercibido y sin mucha fanfarria.

Yo entiendo al apretón de manos, además de un saludo, como un gesto simbólico de valores: la amistad, la fraternidad y la solidaridad. Es un ritual que se remonta a la Época arcaica y el apretón, o el dexiosis, es claramente visible en mucho del arte helénico y romano. Solamente miren el relieve funerario del Siglo V A.C. que muestra un apretón de manos entre Hera y Atenea. Se nota que las dos diosas están cómodas en compañía de la otra y que no hacía falta llevar un arma en la mano.

A mi entender, un buen apretón de manos tiene que ser un acto simétrico porque la simetría representa su valor más importante: la igualdad, el reconocimiento del otro. Es un saludo y una despedida de dos iguales, y el ritual de tocar la piel de otro ser humano, un acto de intimidad en si, es el reconocimiento de este valor. El apretón de manos es, además, una extensión de nuestra personalidad, nuestra manera de percibir el mundo y también de demostrarnos hacia la persona parada en frente.

Sin embargo, hay personas, como Trump, que ven en el apretón de manos una oportunidad para someter, una prueba de fortaleza o un acto de imposición. Muchas veces me ha tocado recibir un apretón de manos con la fuerza de una tenaza demoledora y me ha obligado a aguantar el dolor en público recordándome la próxima vez de devolverle el favor al “agresor”. En el estrechón de manos se siente el complejo de superioridad o de inferioridad, de lo masculino. Realmente tengo envidia de las mujeres que no tienen que lidiar con estas dolorosas manifestaciones de híper masculinidad.

Personalmente, a mí me gustan los apretones de mano firmes, cortos y sinceros que me dicen que mi interlocutor se alegra de haberme visto y no los apretones como demostración de arrogancia, poder y superioridad. Los apretones de manos de Donald Trump han hecho lo contrario de lo que él ha querido demostrar al mundo: nos ha enseñado su pequeñez y nos ha afirmado su idiotez.

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