Apología de Perro Tierno

La observación es cursi, lo sé, pero no pude evitar pensarlo cuando me enteré que Miguel Macías Hurtado, uno de los hombres más brillantes que he conocido, había dejado de existir la mañana del Jueves Santo. Yo lo había conocido hará unos treinta años, cuando fue mi profesor de Derecho Mercantil en la Universidad Católica de Guayaquil, pero ya había escuchado la leyenda del hombre de acción que yacía oculta tras su imagen de abogado erudito. Él había sido uno de los fundadores de Concentración de Fuerzas Populares, el mayor partido populista de mediados del siglo pasado; el descubridor de Assad Bucaram, que para comienzos de los ochenta, cuando yo entré a la universidad, era uno de los políticos más importantes del país; gobernador de Camilo Ponce, el último presidente aristocrático que había gobernado el Ecuador. Y ahora estaba ahí, como venía haciendo por décadas, dándonos clases sobre letra de cambio.

Ya entonces conocíamos el apelativo de Perro Tierno, con el que sus contemporáneos se referían a él, quizás por la juventud que había exhibido en la Cámara de Diputados en la que actuó en los años sesenta como parlamentario del CFP. A donde había llegado en su calidad de lugarteniente del gran Carlos Guevara Moreno, el Capitán del Pueblo, un hombre, que proveniente de los sectores dirigentes, se había autoproclamado líder de los pobres para disputar el poder a sus iguales. Era la década de los cincuenta, y Guevara estaba revolucionando la política en el Ecuador con el lema “pueblo contra trincas”. Miguel Macías Hurtado, que en esa época no habrá llegado a los treinta años, destacaba en su entorno gracias a su destreza en la oratoria y su agudeza política.

Un día que organizaban listas para candidatos a diputados, Macías Hurtado sugirió a Guevara incluir a un joven migrante de origen libanés de nombre Assad Bucaram, de quien había escuchado era audaz y agresivo y le parecía interesante reclutar para el partido. Tuvo buen ojo. Años después Bucaram enfrentó a Miguel Macías en el Congreso cuando este abandonó a Guevara Moreno, quien había instruido votar en contra del reconocimiento parlamentario a la elección presidencial de Camilo Ponce Enríquez. Macías terminó de Gobernador del Guayas de Ponce.  Y Bucaram, años después, arrebatando el liderazgo del partido a Guevara Moreno y convirtiéndose en un líder enorme.

Alejado de la política, aunque nunca del poder, Miguel Macías Hurtado fue en los años posteriores, abogado de don Juan X. Marcos, entonces el hombre más rico del Ecuador, al tiempo que ejercía de catedrático universitario. Pero iba a regresar al primer plano, ya bastante mayor,  cuando derrotó al expresidente Carlos Julio Arosemena Monroy en la carrera por la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia. Era 1995 y gobernaba Sixto Durán Ballén. Alberto Dahik era vicepresidente. Cuando un día los diputados socialcristianos denunciaron a Dahik ante la Justicia después que este contara en una reunión con periodistas que la mayoría de diputados pedían sobornos al gobierno  y que él los pagaba.

Macías Hurtado procesó a Dahik por abuso de los fondos de gastos reservados, y este a su vez contratacó enjuiciando políticamente en el Congreso a Macías Hurtado. Fue su última batalla pública. Dahik, líder de los conservadores, se alió a los comunistas del MPD, y acabó destituyendo a Macías Hurtado. Fue un gran error de Dahik. El sucesor de Macías, un doctor Solórzano Constantine, golpeó como un rayo: a pocos días de asumir la presidencia de la Corte Suprema de Justicia, abrió plenario contra Dahik y ordenó su prisión, enviándolo al exilio.

Macìas Hurtado regresó a su estudio de abogado. En esa época, a pedido del Director del diario HOY, Benjamín Ortiz, yo lo contacté para que escriba una columna semanal en el periódico, en donde publicó por varios años. Un día me llamó por teléfono para comentar un artículo mío. Fue generoso y agudo. Días después, me llamó otra vez y repitió el comentario. Debió notar mi extrañeza, porque de pronto paró y me preguntó si ya había hecho esa llamada antes. “Sí, doctor”, le dije. Y entonces sentí que se avergonzaba. “Discúlpeme”, dijo. “Estoy con problemas de memoria”. Había empezado su alzheimer.

En los años siguientes, su mente privilegiada de catedrático y jurisconsulto, su brillantez de tribuno, fue extraviándose en los laberintos de su cerebro. La última vez que lo vi, en el funeral de una hija suya, no me reconoció ya en absoluto, aunque respondió a mi saludo con la caballerosidad de siempre. Hombre de Estado, de una generación de políticos con personalidad propia, con dignidad de hombres libres, que no se sometieron nunca al arbitrio de ningún caudillo, Miguel Macías Hurtado ha visto apagar su última luz el 13 de abril, día del maestro. Descanse en paz.

 

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