La mano de Lenín

Hay quienes celebran este cambio de forma. Luego de tener a un prepotente y narcisista, han quedado aliviados con la afabilidad de Lenín. Sin negar la importancia que puede tener el estilo, no deja de llamar la atención este jubiloso respiro de algunos. Olvidan que la democracia no es un gobierno de hombres, sino de leyes. Celebrar el humor del gobernante de turno parece más bien reforzar las taras culturales del autoritarismo y servilismo.

Al país poco le importa que Lenín extienda su mano o no. Lo que quiere son cambios, profundos y, los quiere para ayer. Hay al menos tres áreas –democratización del Estado, corrupción y economía– donde Lenín podría demostrar la sinceridad de su gesto.

Los órganos electorales, para comenzar, deberían dejar de estar bajo el control del movimiento oficialista. Para las próximas elecciones o consultas populares, sus titulares deberán haber sido designados por cauces que garanticen a la oposición su independencia; deberá haber otro método de asignación de escaños legislativos que aseguren una representación democrática, y demás cambios similares. Igual reforma debe hacerse con la judicatura, incluyendo la Corte Constitucional. Hoy sus titulares o son víctimas de presiones laborales, o sumisos servidores. Deberá desmontarse, además, la maraña legal que asfixia las libertades públicas, así como deshacerse de los medios dizque “públicos”.

Lenín podría también, con su otra mano, contratar una firma de prestigio internacional especializada en auditoría forense, con plenos poderes e independencia, para ubicar el producto del más grande saqueo de los fondos públicos; algo que ya se ha hecho en otros países. Siguiendo los parámetros internacionales entre coimas, contratos a dedo, comisiones, sobreprecios, despilfarros, etcétera, lo robado por la corrupción a los ecuatorianos sumaría miles de millones de dólares. Ha sido, en efecto, el régimen más corrupto de nuestra historia. Tan corrupto que su líder inauguró el concepto de coima diferida, olvidándose que el delito de cohecho se consuma en el momento en el que el funcionario hace favores violando la ley y no cuando recibe el dinero. Los órganos de control jamás recuperarán esos fondos obviamente. Con su otra mano, Lenín podría también iniciar una reforma para constitucionalizar la dolarización –no para abandonarla o debilitarla–, y podría ordenar a las autoridades que transparenten las dudas que existen sobre el encaje bancario que es propiedad de los depositantes. Podría introducir un cambio radical en la economía que promueva la prosperidad y equidad. Por si no lo sabe, en términos de pobreza hemos regresado a los niveles de hace una década. Si, desde el primer día, no hay estos y otros cambios semejantes, Lenín podrá quedarse nomás con su mano extendida.

Los ecuatorianos verán qué caminos toman para evitar el trágico destino venezolano. (O)

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