Crónica de una tertulia

;aríasol Pons

Esta persona escribía sobre el recuerdo que le traía una canción que salía con su radio despertador.

Escribo sobre este artículo porque observo que la vida se volvió amarga cada vez que hablamos de política para quienes no comparten la visión correista y sus razones para tomar las decisiones que toman.

Sales con amigos e inevitablemente las conversaciones se vuelven politizadas y una ola de angustia invade el momento. El peor tema es la desdolarización, cuando todos imaginamos cómo sería volver a una moneda propia llena de incertidumbres, desvalorización y seguramente el empobrecimiento de la mayoría.

La gente se apasiona y la efervescencia aflora probablemente hasta con una respuesta inusualmente grosera, debido al temor que despierta tanta incertidumbre sobre la situación del país.

El siguiente tema es Venezuela. Se habla de la escabrosa situación que vive ese país, donde sus mandantes escogen ser indiferentes a la voluntad del pueblo que sirven. El llamado a la Constituyente es macabro y sólo se pronostica más debacle para el vecino país a no ser que suceda un milagro. No falta el amigo que saca el vídeo de Maduro alentando al ganado acerca de la Constituyente que acaba de imponer. Menos mal ahí todos rompen en carcajada porque lo del vídeo es tan absurdo que es inevitable reír. Ojo, que el momento de esa risa es amargo.

Se busca cambiar de tema porque la pregunta inquietante que nos hacemos todos en la mesa es: ¿será que vamos hacia allá? Venezuela era un país muy rico por sus recursos naturales, y digo era porque hoy su población carece de las mínimas garantías para supervivencia: medicinas y alimentos. ¿Y la inseguridad?

Todos recordamos en silencio los muertos de los últimos días, esas personas que heroicamente perdieron la vida protestando por sus libertades. Ellos ya no están y todo porque un grupo quiere perpetuarse en el poder. ¿Injusto no? “Sí! ¡qué horrible!”, dice uno de los comensales.

Acto seguido el tema es la aprobación de los colectivos que estarían armados y responderían al Ministerio de Interior. Todos nos preguntamos entonces ¿para qué están el Ejército y la Policía? Vuelve el temor a la mesa. Ese alivio de estar lejos de Venezuela ha quedado perdido en la corta memoria de la tertulia para ubicarse en primera página dentro de los temas.

Uno de los chicos empieza a demostrar su incomodidad. Protesta por cómo le afecta la conversación y si sale es para divertirse no para amargarse. Bebe un sorbo y mientras pagamos la cuenta la conversación va por la vía del dinero electrónico.

“Ya no hablemos más”, dice una chica. Hay que esperar, coincide la mayoría.

Por el bien del país, esperemos que este grupo sea sólo gente negativa.

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