Gratitud al hermano Roberto

Se pierden en mi memoria las providenciales circunstancias que me pusieron en el camino del hermano Roberto, allá por los años 90, cuando recién graduada, me convertí en abogada interna de la “Corporación Viviendas del Hogar de Cristo”.

“Hogar de Cristo” nació en 1971, cuando Guayaquil  era la tercera ciudad del mundo con problemas habitacionales agudos,  gracias a la iniciativa de los padres jesuitas Francisco García, conocido como “tío Paco”, (España, 1913) y Josse Van der Rest (Bélgica, 1924), quienes actuaron inspirados por la obra del Padre Alberto Hurtado, en Chile.

El hermano Roberto ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús a los 18 años y recibió la ordenación religiosa en 1954. Un Jesuita puede elegir entre ser sacerdote o ser hermano. Roberto Costa eligió ser hermano, lo que significa la consagración al Señor y a su causa de por vida.

El hermano Roberto ya había sido responsable de la construcción de escuelas, colegios y monasterios de su Congregación en España, cuando decidió venir al Ecuador a darle una mano al tío Paco con sus viviendas de “Hogar de Cristo”, que ya tenía setenta años y clamaba por ayuda.

Recuerdo la emoción con que el hermano me contaba lo que sintió cuando llegó a Guayaquil y se encontró con este tío Paco, que no sólo se parecía a su padre, se llamaba Francisco igual que su padre, le decían “Tío Paco” igual que a su padre, se dirigía a él como su «compadre», igual que hacía su padre con él y, además también tenía diabetes como él. “Tío Paco ha sido para mí el gran gurú, que sobre todo, enseña más con el ejemplo que con palabras: un hombre con experiencia de Dios”, dijo el hermano Roberto en un testimonio sobre el tío Paco de la Fundación Marianita de Jesús.

Vengo de una familia tradicionalmente católica y he tratado con muchos religiosos en mi vida, incluso estudié la primaria con las monjas de la Asunción, pero nada me había preparado para encontrarme con alguien tan diferente como el hermano Roberto. Él rompía mis esquemas y me dejaba con la boca abierta, no sólo por su extraordinario liderazgo y fuerza de trabajo, sino por su peculiar forma de ser.

Recuerdo que yo le comentaba que a mi madre no le hacía gracia que yo colaborara con la obra, porque pensaba que me exponía a peligros. Y él me contestaba abruptamente, como era su estilo: “¡Hija, las madres no saben! La mía me esperó 9 años con mi cuarto intacto porque pensaba que yo iba a regresar!”

Soy amante de las frases célebres, de las reflexiones, de filosofar un poco, pero cada vez que teníamos la oportunidad de conversar, sobre todo cuando íbamos juntos en su carro, y yo trataba de llevar la conversación a historias o frases de santos, él no me contestaba nada. Yo insistía y le decía: “¿pero usted no es religioso? ¿Cómo es que no le interesan estos temas?”. Y él me decía: “Hija, yo no tengo tiempo para esas cosas. ¿No ves que yo tengo que cumplir el Evangelio y no lo cumplo? ¡No lo cumplo!”, exclamaba. Y yo le decía “hermano, pero ¿cómo no lo va a cumplir usted? ¡Si usted no lo cumple, nadie lo cumple!”. Pero él se exaltaba en esas discusiones y se ponía colorado, y no había forma de ponernos de acuerdo.

A lo largo de los 8 años que colaboré con él, hubo un par de veces en le pedí un aumento de sueldo. Él nunca me lo negó. Me decía: “María Rosa, yo encantado te subo lo que tú quieras. Pero lo único que te voy a decir, es que todo eso que te subo a ti, se lo voy a quitar a una familia muy pobre, muy pobre que lo necesita”. Claro, yo quedaba mortificada y le rogaba que no lo hiciera, y efectivamente, nunca me lo aumentó.

Sólo me dio un consejo, o talvez una advertencia, me dijo un par de veces muy en serio: “María Rosa, tú tienes que saber que vas a necesitar mucho amor, mucho amor, para que los pobres te perdonen el bien que les haces”.

Ahora que han pasado los años y tenido muchas más experiencias, cuando miro hacia atrás no me puedo imaginar cómo habría sido yo si no hubiera contando con este hombre de Dios para enseñarme unas cuantas cosas sobre lo que es ser un auténtico profesional cristiano y para guiarme por la senda del bien.

Con él no había espacio para falsos valores: su vida fue un ejemplo de servicio, de amor al prójimo, de solidaridad, de justicia, de fraternidad, de austeridad, de firmeza, de rectitud moral.

Le gustaba mucho una imagen de un navegante joven en medio de una tormenta, que tiene detrás de sí a Jesús conduciendo el timón, y que se llama “Dos en el mar”. Así consideraba él que era conducido “Hogar de Cristo”. Ésa misma imagen me la apropié yo también desde que asumí la administración de este portal de noticias y lo he recordado siempre a él.

Como buen jesuita, el hermano Roberto fue un auténtico soldado de Cristo, su vida se consumió como una llama en cumplimiento de las virtudes del Evangelio. Estoy segura que Jesús lo recibió en el cielo y que le dio el premio que tiene reservado para el administrador fiel, y que su nombre está escrito en el cielo, junto al de todos los otros hombres justos que han hecho de éste un mundo mejor, pero creo que él sabía muy bien cuando vivía, que su mayor premio lo obtuvo aquí en la tierra, simplemente, trabajando toda su vida en la Viña del Señor.

“Hay que temerle al hombre de una sola idea”, dicen por ahí, porque es peligroso. El hermano Roberto tenía una sola idea: “proporcionar un techo a los más necesitados”.

“¿Podemos imaginar lo amargo e inhumano que debe ser no tener ni siquiera un modesto techo que pueda llamar mi pieza, mi cama, que pueda llamar mi casa? Y cada uno de esos seres es Cristo que vaga miserablemente por las calles de Santiago tendiendo la mano y pidiendo una limosna.” (Padre Alberto Hurtado, S.J., Humanismo Social, 1974)

Gracias, hermano Roberto, usted ya es un guayaquileño más. Siempre vivirá en nuestros corazones.

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