El rechazo de Frankenstein

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

No quiero que termine el año sin antes recordar que se han cumplido los doscientos años de una novela que provocó el terror de varias generaciones: “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de la escritora inglesa Mary Shelley. Es uno de esos relatos de los que todos hablan y pocos lo conocen en su versión original. Y para mayor inri, el cine se ha encargado de destrozar la obra en una serie de versiones que no han logrado entender el verdadero sentido de esta obra. Es, con bastante proximidad, lo que ocurre con otro maravilloso relato: “El extraño caso del Dr. Jekyl y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson, también inglés, también escritor inigualable.

Debido a todas estas confusiones, se cree, popularmente, que Frankenstein es ese ser mostrenco capaz de cometer crímenes horribles, cuando, en realidad, no tiene nombre, mientras que Frankenstein, un científico ególatra y soberbio, decidido a competir con Dios, es su creador.

Como parte de los actos recordatorios de la aparición de esta novela, uno de los ejemplos supremos de la literatura gótica, se realizó una película dedicada a la escritora: “Mary Shelley”, firmada por otra mujer, Haifaa Al Mansour, considerada la primera mujer directora de cine de Arabia Saudí, un verdadero triunfo en un país donde las mujeres son menospreciadas, cuyo lugar es la casa y la cocina. Quizá por este mismo hecho es que logró comprender lo que muchos otros directores no lo lograron: lo que en realidad estaba narrando la escritora y el vínculo profundo, escondido, secreto, tal vez inconsciente, entre ella misma y el personaje que describía. Mary Shelley (Londres, 1797-1851) estuvo casada con el poeta Percy Shelley y, a través de él, participó en el mundo literario inglés dominado entonces por otro poeta, Lord Byron. Esto tuvo sus consecuencias, ya que los editores, al leer los originales de “Frankenstein” no la tomaban en serio y se lo atribuían a su marido, pues consideraban que, debido a que ella era mujer, no podía escribir un relato con tanto dramatismo.

La película no es una mera biografía de la escritora, sino una reivindicación de ella, de su vida apasionada, su empeño por ser valorada por sí misma, no por ser esposa de un poeta de renombre de aquel entonces, su tenacidad por hacerse del sitio que le correspondía en medio de una sociedad dominada por los hombres. Mary Shelley no es Frankenstein, el médico que desafía y traspasa todos los límites morales de su profesión para poder crear su “criatura” en la mesa del laboratorio. Ella es esa criatura monstruosa que corre detrás de su creador, rogándole que le cree una pareja para poder compartir con ella su soledad. Mary Shelley proyecta en su persona toda la frustración, el rechazo, el aislamiento y la soledad que ella misma siente al no ser reconocida por los demás como una persona con sus propias ideas y sentimientos.

El libro fue escrito en Ginebra, durante una de esas fiestas inventadas por los desvaríos de Lord Byron, en las que el poeta reta a los participantes a que escriban una historia de terror. Nadie imaginaría que de aquel juego iba a salir una obra maestra y que, justamente, la escribiría una mujer. Desde entonces han pasado doscientos años, y el libro no ha perdido nada de su encanto, cautivador desde la primera página. Y aunque su autora diga en el prólogo que lo escribió “con intenciones de distraerme y agudizar mi imaginación”, no hay lugar a dudas que es una aproximación conmovedora al alma humana.

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