Indiferencia

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

No hay por qué extrañarse del incremento de la delincuencia en el país. Ello no es sino una consecuencia del progresivo deterioro de la ética pública. Mientras haya gente que admita tranquilamente por televisión que ha delinquido, que se ha prestado para lavar dinero ilícito, que se ha enriquecido a base de dineros públicos, y que diga todo ello a vista y paciencia de las autoridades, sin que nada le pase, el azote de la delincuencia seguirá en aumento.

Cómo estarán de podridas las cosas en esta suerte de sobornolandia en que se ha convertido nuestro país, que la empresa que contó los votos en las últimas elecciones presidenciales y legislativas –Telconet–, y que dio los resultados que hoy debemos aceptarlos como válidos, esa empresa, resulta que ha estado por años involucrada en una trama de corrupción. Es increíble. Es más, su dueño ha tenido el descaro de contarle al país que varios millones de dólares que él recibió años atrás de unos “inversionistas chinos”, ahora cree que tuvieron origen ilícito, por lo que en un acto casi heroico ofrece consignar (que no significa devolver) algo de ese dinero, pero siempre y cuando su empresa tenga suficiente flujo de caja. Cómo será de poderoso este personaje, que este cuento de que recibió sin querer unos fondos ya lo lanzó años atrás –en aquella ocasión devolvió mucho menos de lo que ahora ofrece consignar– y nada le pasó entonces, como seguramente nada le pasará ahora. Y téngase en cuenta que la información que lo incrimina no surgió de una investigación de nuestras autoridades. El destape sucedió gracias a la delación que un ejecutivo de Odebrecht hizo en Brasil y, más importante, gracias a su juicio de divorcio en Miami.

Solamente entre la corrupción de las obras de Odebrecht, el asalto de Coca Codo Sinclair –reportado ahora por The New York Times como un caso emblemático de corrupción–, la triangulación entre Petrocomercial, Petrochina y empresarios ecuatorianos para la comercialización del crudo, así como la construcción de miles de kilómetros de carreteras, solo en esos pocos casos, hay varios miles de millones de dólares mal habidos que el Estado bien podría recuperarlos. Pero nada pasa. Hace poco el país se enteró, gracias al juicio que le siguen al Chapo Guzmán en Nueva York, de que un juez o jueza del Ecuador recibió nada menos que medio millón de dólares para liberar a un militar ecuatoriano cómplice del cartel de ese mafioso. Pero nada pasa tampoco.

Este escenario de indiferencia es corrosivo para toda la sociedad y sus instituciones. Por una década la delincuencia de todo género, de toda calaña, de todo rango social, pero sobre todo la delincuencia política, recibió la protección de la mafia correísta. Hoy estamos viviendo las consecuencias no solo de esa década, sino también de la falta de voluntad para romper de raíz con ella, ya sea por comodidad, ineptitud, cálculo o miedo. Una auténtica podredumbre donde el Estado ha terminado garantizándole a la delincuencia tanto la impunidad como la indiferencia. (O)

Más relacionadas