La “neutralidad” de los amigos de Maduro

Orlando Avendaño
Caracas, Venezuela

Salen Uruguay y México a proponer un encuentro entre “países neutrales”. Lo dicen con orgullo: “Somos neutrales. No tomamos posición”. No importa que la pelea sea entre los que quieren libertad y los que quieren acabar con ella.

“Los Gobiernos de México y Uruguay, en virtud de la posición neutral que ambos han adoptado frente a Venezuela, han decidido organizar una conferencia internacional de los principales países y organismos internacionales que han compartido esta posición”, se lee en un comunicado difundido por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.

Y qué querrán. Quizá juntar a todos los indignos en un solo espacio —en este caso, el 7 de febrero, en Montevideo, Uruguay—. A todos aquellos que ven el genocidio de toda una sociedad; que ven cómo un régimen, un fuerte Estado todopoderoso, guapetón, humilla, destruye, mata, reduce y hambrea a millones de gentes; pero compran snacks, una Coca-Cola, se apartan, agarran un buen puesto y disfrutan el espectáculo.

Será la convención de los impropios. A los que el arzobispo Tutu miraría con desprecio. Esos que, ante la injusticia, han preferido la indiferencia. Mantenerse al margen esgrimiendo todos aquellos principios de arribistas. Que si la no injerencia, la autodeterminación de no sé quiénes, la no intervención y todas esas idioteces.

Penoso, pero la lista de invitados puede ser larga. Quizá llamen al mejor amigo de Maduro en La Moncloa, Pedro Sánchez; a la deficiente vedette de la izquierda americana, Noam Chomsky; o al purista libertario que ahora poco ayuda, Ron Paul.

Empecinados en construir un alzamiento contra la solidaria postura de los grandes países de Occidente, capitaneados por el aborrecido Trump, blanden todo tipo de peligrosas artimañas que, queriendo o no, solo favorecen a la narrativa de la dictadura socialista de Nicolás Maduro.

Pero afortunadamente al del pelo naranja no le importa lo que diga Vázquez de Uruguay —que ahora salió con un hijo bolichico—, López Obrador o cualquiera de estos intelectuales —rojos pero muy exquisitos—. Y los demás países con mandatarios apegados a la defensa de la democracia y la libertad, entienden que no se trata de una riña regional entre el Tío Sam y los bolivarianos. Va más allá. Mucho más allá.

Trump solo ha asumido el bando de la civilización Occidental y la defensa de sus grandes valores. Y es lo natural. Le han seguido todos los grandes países del hemisferio. Del otro lado están los enemigos de siempre. Aquellos que jamás descansan en su necio e infructuoso esfuerzo de menoscabar la prosperidad de Occidente. Rusia, China, Cuba, los grupos terroristas islámicos como Hezbollah y Hamás, Irán y los neutrales.

Ah, los neutrales. También los grandes amigos de Maduro. Les da vergüenza admitirlo. Se dicen más detractores de lo americano que amigos de las libertades. Y entonces, terminan del lado de los malos. Al final solo son acomplejados.

Pero afortunadamente están los firmes. Y está el Parlamento Europeo, donde se impuso la sensatez. Opaca la complicidad de Sánchez, de Grecia, México, Uruguay y otros actores que, escudados en su neutralidad, intentan prolongan la agonía de los venezolanos.

No es imparcialidad. Es llana y palpable complicidad.

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