La quimera de Óscar Pérez

Gina Montaner

Gina Montaner
Miami, Estados Unidos

Óscar Pérez tenía el físico de un galán de cine. Era fuerte y de su agraciado rostro sobresaltaba el azul profundo de su mirada. No fue casualidad que el joven inspector de la policía científica de Venezuela llegara a interpretar una película en la que encarnaba a un agente que logra liberar a un empresario secuestrado en el convulso país. Aquel filme, titulado Muerte suspendida y estrenado en 2015, fue, de algún modo, la antesala de la trayectoria épica que acabaría por protagonizar este hombre con vocación de justiciero.

Dos años después de su salto al cine, la vida de Pérez cobró dimensiones aún más grandes que el celuloide, convertido en un rebelde en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Ya había participado en protestas masivas antes de acaparar los titulares mundiales por atacar las dependencias del Tribunal Supremo desde un helicóptero. Acompañado de otros sublevados, el uniformado insurrecto proclamó que luchaban contra la “tiranía” del gobierno. Desde ese momento Pérez y su grupo pasaron a la clandestinidad y sus días estaban contados.

El pasado jueves la ex fiscal general de Venezuela Luisa Ortega, desde hace un tiempo disidente del chavismo y exiliada en Colombia, divulgó unas fotos que, asegura, son del cadáver de Pérez en un charco de sangre. Son imágenes terribles, pues en el cuello y los brazos del cuerpo inerte hay enormes orificios de balas. De tratarse de los restos del agente amotinado, es evidente que en la emboscada que le tendieron en su refugio en las afueras de Caracas se limitaron a ejecutarlo a sangre fría. Ortega ha dicho que tiene más documento gráfico en su poder y que lo presentará ante la Corte Penal Internacional de La Haya como prueba de los crímenes de lesa humanidad que comete el gobierno de Maduro.

Echando la vista atrás ante el panorama cada vez más desolador que se cierne sobre Venezuela, los actos de Pérez, que en su día causaron asombro, resaltan por el heroísmo que define el gesto de la sublevación frente al despotismo. Es verdad que aquella huida hacia delante no tenía otra salida que la inmolación en un país en el que impera la sistemática violación de los derechos humanos. Pero las hazañas de esta célula insurrecta, que desde YouTube llamaba a la protesta nacional para tumbar al régimen, representaron un verdadero desafío para el gobierno.

Óscar Pérez poseía el magnetismo del caballero iluminado que acude al campo de batalla dispuesto a dar la vida por una causa. Publicaba videos en los que quedaban patentes sus destrezas de hombre de acción. Tenía el temple de un superhéroe. Para Maduro y sus secuaces, con más habilidad para los pasos de salsa que para las gestas temerarias, era urgente eliminar a una figura romántica que podía encender el imaginario colectivo con un mensaje claro: solo se produciría el cambio con una rebelión en masa.

En las últimas imágenes que diseminó antes de morir asesinado junto a otras seis personas aparecía ensangrentado. En ellos, mientras se escuchan las ráfagas de disparos, grita, “Nos vamos a entregar, no sigan disparando”. Si se puede comprobar la autenticidad de las fotos que apuntan a la masacre perpetrada por fuerzas especiales de la policía nacional el 15 de enero de 2018 en El Junquito, no hay duda de que el expolicía insurgente nunca tuvo la menor posibilidad de salir vivo de su escondite.

La corta y azarosa vida de Óscar Pérez es digna de una película. Las historias de héroes no caben en la pantalla chica. El tiempo le dará la razón a su quimera.

Más relacionadas