El inmigrante también está a oscuras

Samuel Uzcátegui
Quito, Ecuador

Pasé seis días sin saber nada de mis familiares gracias al primer apagón, y ahora, que se está viviendo el tercero, creo que me acostumbré a no recibir mensajes de mi gente y a vivir con esa enorme angustia. Y eso es muy grave, porque la gente le tiene más miedo a la costumbre que a la oscuridad.

Comenzando marzo, se vivió el primer apagón. Por casi una semana mi país estuvo a oscuras, algo que a pesar de la crisis eléctrica que lleva años en Venezuela, no tenía precedentes. Todo un país sin electricidad, porque la luz ya se perdió hace mucho tiempo. Suena inverosímil, que se quede un país de 30 millones de personas a oscuras, suena aún más inverosímil que culpen a un “hacker” por el apagón. Pero lo que muchos no saben, es que esto lleva años pasando. Recuerdo en marzo del 2018, en mi estado (Táchira) vivimos 19 horas de apagón, únicamente en nuestro estado, por un problema que hubo con un transformador (causado por, sorpresa, falta de mantenimiento). A raíz de ese problema nos tocó vivir bajo un racionamiento, al no tener luz por seis horas diarias por algunas semanas, hasta que todo volvió a la “normalidad”. Lo que no sabíamos-o no queríamos creer– es que un año después, el problema volvería y lo haría en proporciones bíblicas.

Estoy consciente de lo terrible que es vivir el problema desde adentro (porque en su momento, lo viví) pero en momentos como este, desearía poder estar en mi casa con mi gente, y por lo menos acompañarlos en tan complicado momento. Vivirlo desde afuera también es aterrador, de por sí ya estamos conscientes de que nuestra gente está viviendo una película de terror, y cuando le sumas un apagón total al país, causado por la corrupción que destruyó todo lo demás, se vuelve aún peor. El problema más grande para mí es no poder comunicarme con mis familiares y vivir con esa continua angustia de que cualquier cosa que pase, no me voy a enterar porque no hay nadie dentro del país con señal para informarme. Pero, hay muchos problemas que no se toman en cuenta: si no hay electricidad, no hay agua, si no hay electricidad, no se trabaja ni se estudia, si no hay electricidad, la poca comida que hay se pudre y lo peor es que, si no hay electricidad, la poca esperanza que le quedaba a la gente se desvanece rápidamente.

Y no importa todos los problemas con los que tengas que lidiar, cuando estás en otro país las cosas son diferentes. Si eres un estudiante universitario como yo, que tu país se esté muriendo no es excusa para no ir a clases y en el trabajo no te darán el día libre para que estés pendiente de tu familia. No importa el daño emocional, no importa la tristeza, no importa la depresión, la vida en tu país de residencia no se detiene, así tengas tu mente y tu corazón en Venezuela. Y es muy jodido intentar lidiar con eso, sobre todo, cuando estás completamente solo.

Infinidad de veces se ha cruzado el pensamiento de dejarlo todo, de regresarme a mi casa, ¿hasta qué punto vale la pena vivir en comodidad y priorizar tus oportunidades personales? Sobre todo, cuando un problema grave como el apagón, termina escalando a problemas mucho más graves, que te afectan personalmente. Como tener a mi abuela en el hospital y no recibir nada de información con respecto a su estado de salud, y peor aún, pensar que el hecho de que esté sin electricidad podría agravar su condición. Donde, en situaciones como esa, recuerdas que ni siquiera te despediste de muchos familiares al abandonar el país y que, a este punto, cualquier cosa puede pasar.

Nuestros problemas deberían ser diferentes, nuestras preocupaciones deberían ser otras, para el que sigue en Venezuela, las esperanzas se desvanecen y pasan de buscar la libertad, a buscar la supervivencia. Leer historias de psiquiatras que deciden ofrecer su servicio gratis y dar charlas en comunidades para enseñarle a padres como explicarle a sus hijos lo que se está viviendo para que no crezcan con traumas (o al menos, no con MÁS traumas de los que vivir en Venezuela les causó). Me duele ver como se quiebran personas que decidían quedarse en Venezuela a luchar y que, por el apagón, empiezan a planear como irse del país. Y para el inmigrante, “el show debe continuar”, no importa lo que ocurre en Venezuela, la vida sigue y si te dejas llevar por las emociones, lo poco que construiste en tu actual país de residencia se perderá. Porque puedes escapar de Venezuela, pero Venezuela no escapa de ti, y por eso, el inmigrante también está a oscuras.

 

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