La pandilla en apuros

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Se equivocan quienes buscan sacar predicciones luego de las últimas elecciones seccionales. No somos Chile o Uruguay o Alemania, vivimos en el Ecuador. Acá buena parte de la clase política se ha encargado de fabricar un sistema político carente de un mínimo de coherencia y racionalidad. No lo ha hecho por ignorancia –aunque algo de eso hay– sino por conveniencia. Un sistema fragmentado donde en cada esquina hay un “movimiento político” y en cada barrio un presidente, diputado o alcalde en potencia, donde las alianzas nacen y mueren como flor de un día, y donde, de paso, somos los ciudadanos los que financiamos esta farra electorera; ese sistema, decía, es propicio para perpetuar el clientelismo y la corrupción, que son los grandes combustibles de la inseguridad jurídica que tiene al Ecuador sumido en el atraso.

Hay quienes han llegado a la presidencia a pesar de que su organización política no había triunfado en elección seccional alguna o había obtenido modestos resultados. Mientras que otros partidos han perdido varias veces la presidencia a pesar de haber tenido exitosos resultados seccionales y parlamentarios. Claro que las elecciones seccionales pueden ser un termómetro del escenario político. Pero históricamente ha sido un termómetro de servicio limitado, pues lo único que refleja es la temperatura al día de esas elecciones y quizás de los siguientes tres o cuatro meses. (Un período fértil, por ello, para tratar de llevarnos nuevamente a las urnas en el corto plazo).

Lo único importante de las recientes elecciones es la caída estrepitosa de la pandilla correísta. Mientras que Abdalá gobernó únicamente 6 meses, el correísmo gobernó por diez años, asaltó las arcas fiscales e incrustó en el aparato estatal un ejército de lacayos. Pero el PRE –estando ausente del país su líder– obtuvo una votación importante en las elecciones seccionales que hubo después del golpe de Estado de 1997, y en la presidencial de 1998 la perdió por poquísimo. Con el correísmo no ha sucedido algo similar ni de lejos. Luego de una década en el poder y de ganar prácticamente todos los comicios, los resultados de la semana pasada son paupérrimos, inclusive si se tiene en cuenta lo sucedido en Quito –expresión elocuente del laberinto en que se encuentran sus propias élites–.

Todo el bullicio que armaron sobre el regreso del cuco correísta y la histeria de su inminente toma del Consejo de Participación resultaron infundados. El voto nulo y blanco barrieron como clara expresión de repulsa a la dictadura correísta, aunque también de indiferencia y confusión. Lo único que puede revivir a la mafia que nos gobernó por una década es si alguno de los líderes de hoy, en el afán de mejorar sus probabilidades, llegase a pactar con esa camarilla con el objeto de asegurarse el apoyo de sus “bases”.

Y lo único que puede enterrar definitivamente a esa mafia es que sus jerarcas sean procesados y obligados a devolverle al país lo que se robaron, tal como está sucediendo en otras naciones de la región. (O)

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