Cuando el amor ayuda a morir

Gina Montaner

Gina Montaner
Miami, Estados Unidos

La historia se repite. En 1998 la muerte de Ramón Sampedro sacudía las conciencias en España. Tetrapléjico desde los 25 años a causa de un accidente, Sampedro se había cansado de pedirles a las autoridades españolas y al Tribunal Europeo de Derechos Humanos en Estrasburgo que tuvieran en cuenta su derecho a morir dignamente por medio de la eutanasia asistida.

Tras años de lucha incansable y activismo que compaginó con la elaboración de poemas desde su cama, este marino gallego cuya historia se llevó al cine, finalmente logró su deseo con la asistencia de una buena amiga que lo ayudó a ingerir una dosis de cianuro.

Dos décadas después, la sociedad española nuevamente se enfrenta al dilema que plantean aquellas personas con enfermedades degenerativas o en fase terminal que desean tener acceso a la eutanasia antes que continuar viviendo a pesar de que las leyes les impiden la posibilidad de morir dignamente.

El pasado 2 de abril María José Carrasco, aquejada de esclerosis múltiple los últimos 30 años, moría en paz en su casa madrileña gracias a la asistencia que le brindó su esposo de toda la vida al acercarle el vaso con una pajita que contenía la sustancia que la llevaría al descanso eterno que tanto ansiaba.

Al igual que hizo Sampedro, María José y su pareja, Ángel Hernández, grabaron tanto la conversación preliminar como el día del hecho. De lo que se trataba era de no vivir el momento de la despedida como un episodio vergonzante, sino como una expresión abierta del derecho a morir con dignidad que los partidos políticos, inmersos en sus guerras, hasta ahora no han sido capaces de llevar adelante.

María José, quien tuvo una activa vida profesional antes de padecer tan terrible enfermedad, había hecho todo lo posible para que se escuchara su petición. Sin embargo, la iniciativa del PSOE (el partido que hoy gobierna) de despenalizar la eutanasia en ciertos casos, acabó en la cuneta de las rencillas partidistas que parecen obviar los ruegos de personas como Ramón Sampedro y María José Carrasco, presos en cuerpos inertes y debilitados, pero libres en el pensamiento que los lleva a la conclusión, tal y como en su día dijo Sampedro, de que “Vivir es un derecho y no una obligación”.

El esposo de María José, quien en todo momento ha admitido su papel a la hora de asistirla para facilitar su muerte, deberá pasar por un proceso judicial, aunque por fortuna, en España, las leyes actuales incluyen atenuantes para quien asiste en la eutanasia de una persona gravemente impedida que manifiesta su deseo de morir. Su abogada ha dicho que, en medio de una situación que criminaliza este tipo de acto, aún no ha tenido la oportunidad de hacer el duelo que merece la pérdida de su compañera de vida.

Por muy tópico que pueda parecer, lo que ha hecho Ángel Hernández por su esposa es el último acto de amor y entrega, dispuesto a cargar con las consecuencias penales. Lo mismo sucedió con la amiga de Sampedro. A lo que no estaban dispuestos ninguno de los dos era a seguir negándoles a sus seres queridos ese momento de paz interior que los liberara de una vez del yugo de la postración, el impedimento físico, la negación de los placeres sensoriales más básicos. Por ellos merecía la pena el sacrificio de enfrentarse a un sistema que cree tener el derecho supremo de impedirnos morir con dignidad cuando determinadas circunstancias nos abocan a contemplar la fecha de caducidad de nuestra existencia.

Son pocos los países que han despenalizado la eutanasia y la variante de eutanasia asistida. Es un asunto que continúa siendo tabú en muchas sociedades y las asociaciones a favor de este derecho hacen lo que pueden para informar y guiar a las personas que eligen este camino. Resulta duro ver el vídeo que María José y su esposo expresamente grabaron como parte de una lucha que en su día comenzó Ramón Sampedro. Arranca lágrimas por el inmenso amor que se profesaron hasta el final. [©FIRMAS PRESS] *

Twitter: @ginamontaner

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