Los escraches de los Fernández

Héctor Schamis.

Héctor E. Schamis

Washington, Estados Unidos

El candidato del kirchnerismo habla en un Aula Magna universitaria. Está rodeado de científicos partidarios. «A ningún investigador le voy preguntar cómo piensa ni a quién vota. Así que… ¿cómo se llamaba?», pregunta Alberto Fernández, a quien le indican su nombre: «Sandra Pitta, no tengas miedo. Te prometo que te voy a cuidar como todos ellos porque vos valés mucho, igual que todos ellos».

El episodio en cuestión ocurrió a raíz de un intercambio en las redes sociales. Alguien había insinuado que Pitta no volvería a trabajar si ganaba Fernández, algo que ella misma recogió en un tuit: «Sé que si ganan los Fernández, de alguna manera me van a echar de CONICET. Lo tengo claro. Pero prefiero irme del país antes que tener miedo».

El candidato Fernández —candidato presidencial, esto es— no parece entender demasiado sobre derechos civiles, pues los vulnera identificando a una persona que no pidió ser invitada e involucrándola en su propio acto de campaña. Le habló desde el escenario, desde el poder, a alguien ausente, imposibilitada de rebatir y defenderse.

Tampoco parece estar muy actualizado en derecho constitucional. En un Estado de derecho, el presidente no cuida ni protege a nadie. Para eso está la norma jurídica, la que garantiza igualdad ante la ley y debido proceso, y que descansa sobre el principio de independencia de los poderes. El paternalismo de Fernández solo revela una intimidación, implícita en una promesa impostada que es redundante.

En otras palabras, la impostación desvela el «escrache», práctica de origen fascista consistente en avergonzar e intimidar públicamente, incluso agredir físicamente, a «otro». Un rival político, una minoría étnica o religiosa, ese «otro» está siempre estigmatizado y, como tal, es un enemigo.

Un problema adicional que tiene Fernández es que su compañera de fórmula, Cristina Fernández, tiene larga experiencia en dicha práctica. Con lo cual sus promesas son necesariamente leídas en clave de la presidencia de su homónima. De manera aleatoria recordé los siguientes episodios. Importan, pues establecen un patrón.

En abril de 2010, se llevó a cabo un «juicio ético y popular contra los periodistas y grupos de comunicación que fueron cómplices de la dictadura». Convocado por las Madres de Plaza de Mayo, la parodia se llevó a cabo frente a la Casa Rosada. Hebe de Bonafini, presidenta de una fracción de las Madres, oficio de «juez» y el entonces presidente del Consejo Federal de Comunicación Audiovisual, un funcionario de gobierno, hizo de «testigo».

Los retratos de los periodistas «enjuiciados» aparecían en afiches con sus nombres, en el cual se leía asimismo «Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)». Según crónicas de la época, los organizadores hicieron que niños allí presentes orinaran sobre los afiches en cuestión.

En junio de 2012, un hombre inició un juicio por no poder comprar dólares para regalarles a sus nietos, su costumbre de todos los meses. Ello debido a la política cambiaria del gobierno, el llamado cepo al dólar.

Se hizo famoso cuando la Presidente se refirió a él. «Leía el otro día el diario El Popular, y un abuelito (pronunció su nombre) quería regalarle 10 dólares a sus dos nietos, un abuelito medio amarrete, tendría que haber hecho un esfuerzo más; pero esto me sonó a más —conociendo el paño de los abogados— a preparar la chapita para luego comenzar con la industria de los juicios». Todo esto por cadena nacional.

En julio de 2012, un empresario inmobiliario apareció en una nota en Clarín quejándose por la caída de la actividad del sector como consecuencia del cepo al dólar. A los pocos días la Presidenta lo increpó —»escrachó» es el término que se acostumbra— en un acto partidario. Se burló de él y lo denigró públicamente, con nombre y apellido. Al día siguiente de la agresión, la firma fue inhabilitada por decisión de la autoridad tributaria, la AFIP.

En septiembre de 2012, por cadena nacional la Presidente afirmó desde la Casa Rosada: «Sólo hay que tenerle temor a Dios y a mí, un poquito. Por lo menos los funcionarios que dependen de mi nombramiento». El paralelo trazado es elocuente por sí mismo. El contexto es lo de menos, pero fue durante un extenso discurso en el que analizó retrasos en la ejecución de obras públicas.

En febrero de 2014 el gobierno insinuó un amague de reconocer la inflación real, que no duró mucho, cuando la fuga hacia el dólar era inocultable. Así lanzó una campaña contra supuestos especuladores. Organizaciones, funcionarios y legisladores afines a Cristina Fernández se embarcaron en una denuncia por medio de afiches contra un grupo de empresarios de supermercados. «Estos son los que te roban el sueldo», se leía en cada uno de los afiches estratégicamente distribuidos. Para ser consistentemente fascistas, además, en los afiches se veían el nombre y la foto de los acusados.

En enero de 2015 el gobierno de Fernández de Kirchner «escrachó», informaron los medios con dicho vocablo, a un periodista que dejó el país por temer por su vida. La cuenta oficial de Twitter de la Casa Rosada dio a conocer una captura de pantalla del sistema de Aerolíneas Argentinas que mostraba el cupón de vuelo del periodista. El mismo había sido el primero en informar la muerte de Alberto Nisman, ocurrida pocos días antes. El periodista llegó al destino divulgado por el gobierno, pero en vez de regresar a Argentina siguió viaje hacia el exilio.

Seis viñetas del kirchnerismo. Cristina Fernández hizo un acto político en el último día de su segundo mandato con una narrativa estructurada alrededor de los golpes militares. Habló de 1930, 1955, 1962, 1966, 1976 y…2015, el supuesto golpe que la destituyó a ella misma. En su propia irrealidad, esto es, pues cumplió dos períodos presidenciales y su candidato perdió en elecciones justas, libres y transparentes. Se llama alternancia en el poder, pero ella no lo sabe.

Cristina Fernández se ve como víctima de lo que no ocurrió. Posee un espíritu revanchista por una injuria que no sufrió. Pero no se trata solo de un estado mental. Esa es la narrativa con la que, durante 12 años, el kirchnerismo ha justificado vulnerar derechos, demoler dignidades y ultrajar oponentes, es decir, escrachar a todo aquel que disintió con ellos.

Si ganan en octubre, habrá más de eso. Fernández obedecerá a su jefa, su promesa de cuidar a Pitta —»como todos ellos», los adeptos— es vacua.

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