40 años de democracia: los militares retornaron a sus cuarteles

Alberto Molina

Alberto Molina

Guayaquil, Ecuador

En estos cuarenta años de democracia formal que ha vivido el país, el período más largo de toda nuestra historia republicana, ha estado condicionado a diferentes factores de la economía y de la política; la percepción de nuevas amenazas como el terrorismo, la extrema pobreza, el narcotráfico, el crimen organizado, la migración, la corrupción, etcétera; surge la necesidad de institucionalizar nuestro frágil sistema democrático.

La democracia ha sido consagrada en nuestro país por la voluntad popular, como el sistema de gobierno que rige en la República desde sus inicios; entendida esta como la total y libre participación del pueblo en la toma de sus propias decisiones. Desde los albores de nuestra historia republicana las Fuerzas Armadas, pese a su incipiente organización, se constituyeron en el soporte más importante del proceso de consolidación de la República.

En la última intervención militar en nuestro país (1972-1979), es decir, durante siete años que los militares tuvieron el poder político, se iniciaron procesos de cambios fundamentales dentro de las filas castrenses, avanzó notablemente en la toma de posiciones de carácter nacional y popular; la bonanza petrolera de esos años sirvió para la adquisición de moderno armamento y levantar una infraestructura que jamás tuvieron antes los militares, esto coadyuvó al triunfo de las armas en la llamada Guerra del Cenepa en 1995.

Si bien es cierto, en la Constitución actual, se consagra el voto facultativo para los militares en servicio activo, les está prohibido hacer política de banderías, intervenir en la acción proselitista dentro y fuera de los cuarteles. Tampoco las Fuerzas Armadas deben convertirse en instrumento de aventureros que “en las crisis de la política interna suelen buscar el apoyo de los militares con la vista puesta exclusivamente en sus intereses”. Por lo tanto, los militares deben situarse por encima de estos conflictos partidistas y evitar, por todos los medios, que la Institución se politice, conduciéndola a una acción disociadora y peligrosa para el cumplimiento de su sagrada misión.

La etapa democrática que se inició en 1979 se materializó con la entrega del poder del gobierno militar al civil. Lejos de presagios y malos augurios, constituyó un ejemplo en América Latina. Los soldados volvieron a sus cuarteles y se entregaron por completo a su trabajo profesional. Creo que jamás hubo la menor nostalgia por los tiempos de dictadura. A decir del ministro de Defensa de aquel entonces: “El soldado lleva en su mochila la Constitución”.

Las Fuerzas Armadas nacieron a la historia con vocación libertadora, que encarnó el honor y la dignidad de nuestros pueblos en las heroicas luchas por la independencia. Su presencia contribuye no sólo a la defensa de la integridad y soberanía de la patria, por lo tanto no pueden escamotear su contribución al afianzamiento y fortalecimiento del sistema democrático.

La firma de la paz con el Perú fue la ocasión propicia para definir con claridad el rol de las Fuerzas Armadas en el actual sistema democrático, considerando que los militares son socios obligados de la democracia.

En conclusión, en estos 40 años de democracia, aunque débil pero democracia al fin, hemos pasado por una guerra victoriosa, alzamientos militar y policial, una crisis económica terrible y un gobierno que trató de debilitar, dividir y cooptar a las Fuerzas Armadas para sus fines políticos; sin embargo el compromiso de los militares ha sido con su patria.

(O)

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