El valor absoluto de la vida

Alberto Dahik

Guayaquil, Ecuador

El día martes 17 de septiembre del 2019, es el día en el cual la Asamblea Nacional produce con una votación sensata un hecho histórico: el Ecuador se reafirma en ser un país que cree en la vida, no en la muerte, que no cae en el grave error de hacer de la vida un valor relativo y no un valor absoluto.

La reacción de los proabortistas, manifestada con violencia, demuestra la intolerancia que hay en los grupos que defienden la agenda LGTBI, el aborto, el matrimonio homosexual.

Cuando el matrimonio homosexual se aprobó, ¿salieron los defensores de la familia tradicional a producir desmanes? Quienes defienden estas tesis “modernas” que realmente son contrarias a la naturaleza humana, y al valor absoluto de la vida, llaman a quienes nos oponemos “intolerantes”, “retardatarios”, “de la época de las cavernas”.

Pero son ellos los que han profanado templos en muchos países del mundo. Son mujeres defensoras de esas tesis quienes en Bélgica subieron a un escenario donde había un debate, para rodear a un arzobispo y desnudar sus torsos en frente de él, acercarle sus pechos desnudos mofándose de esa autoridad eclesiástica, y todo frente al público. Son ellos los que han salido en el Ecuador a hacer desmanes. Son ellos los que en la Argentina echaron estiércol en templos, se los tomaron, y los mancillaron.

Los pro vida celebraron con oraciones, con misas, ellos protestaron con violencia, como ha sido el caso en tantas ocasiones en los países del mundo donde no se les da la razón.

La vida es un valor absoluto, no es relativo. No hay un ser más indefenso que un no nacido, que tiene definitivamente vida, que es un ser que lucha por crecer, desarrollarse y salir del vientre de su madre. No hay argumento más ridículo que poner fechas, tiempos para un aborto en la ley: “Hasta las 4 semanas de embarazo”. Es decir, no hay un ser humano hasta las 3 semanas, 6 días, 23 horas, 59 minutos y 59 segundos. Un segundo más tarde, ya es un ser humano y no se lo puede abortar. ¿Quién es capaz de fijar esa línea? Se requiere una soberbia especial para ser tan audaz.

Y cuándo esas puertas se abren, llevan a un escenario de barbarie, como el estado de Nueva York, que permite el aborto en cualquier momento antes del nacimiento. Es decir una mujer con dolores de parto, que ha empezado a dilatarse para permitir la salida de la criatura por nacer, la puede abortar y es legal, minutos antes de que el llanto de ese niño inunde el mundo con el grito del milagro maravilloso de la vida.

Tomemos el caso de la Eutanasia, es decir permitir que a una persona se le quite la vida por razones de “muerte digna”, o cualquier otro eufemismo para no llamarlo asesinato. Supongamos que alguien diga: “No, jamás la eutanasia”. Pero luego viene la tesis de que si un anciano está en estado mental de total demencia, no reconoce a nadie, además de ello no tiene parientes, nadie lo reclama, entonces en ese caso se justifica, porque es un costo innecesario para el Estado y nadie sufriría con su muerte. Ese argumento, hace de la vida humana un valor relativo, y quien aún oponiéndose a la eutanasia abre esa puerta, esa excepción, está en un grave error en cuanto al valor de la vida. La vida no es susceptible de ser medida por circunstancias. Hay vida con su valor absoluto intrínseco en todos los casos, y cuando se usa el “excepto en….”, esos puntos suspensivos son siempre el principio del fin de los valores, de la moral y de la ética, y de la razón. La vida siempre vale lo mismo: su valor es infinito, no se la puede tocar. Ese es el grave error de “excepto en el caso de violación”.

Recuerdo siempre aquel famoso debate en el siglo pasado en la televisión francesa, de un ministro pro vida, con una rabiosa activista pro aborto. El ministro le preguntó: Cómo juzgaría usted este caso. Una madre joven es abusada por su marido alcohólico mucho mayor, es realmente violada por su marido. Un primer parto arrojó a un niño con deficiencias, que luego murió. En su segundo embarazo, producto del sometimiento a la fuerza por parte de su marido, concebida la criatura en estado etílico del padre, la madre piensa seriamente en abortar. De hecho la madre compra los productos químicos para abortar.

La mujer pro aborto le dijo: “Cómo puede usted imaginar siquiera que esa mujer no tenga derecho a abortar. Es un claro caso de aborto totalmente justificado”.

El ministro le respondió: “Acaba usted de abortar a Ludwig Van Beethoven”.

Agradezcamos a Dios que la madre de Beethoven no usó los productos que ya había comprado.

Qué fácil es para los políticos irresponsables producir guerras con fines e intereses protervos, como por ejemplo la guerra de las Malvinas. Ellos no mueren, sino soldados inocentes. Qué fácil es para los abortistas proponer el aborto: ellos no mueren, sino unos soldaditos, los más inocentes en el ejército de la vida que son esos niños por nacer. (O)

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