El fenómeno Guaidó se desinfló

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

El 23 de enero del 2019, Juan Guaidó se juramentó como el presidente interino de Venezuela en un cabildo abierto, siguiendo las instrucciones de la constitución, para ocupar el vacío de poder que había dejado las fraudulentas elecciones donde ‘ganó’ el dictador Nicolás Maduro el pasado año. Las calles de Caracas estaban desbordadas en manifestaciones con cientos de miles de enardecidas personas que apoyaban al nuevo presidente, la comunidad internacional lo reconocía con los brazos abiertos y por primera vez en 20 años, se veía una verdadera oportunidad para extirpar del poder al tumor que es el castrochavismo.

Un joven, un millenial, que iba a derrocar a Maduro y dirigir la transición, ese era el nuevo símbolo que tanto le faltaba a la oposición venezolana. Alguien nuevo, dejando atrás los dinosaurios políticos y los oportunistas que habían convivido cómodamente con el régimen por tantos años. Ese día nació el fenómeno Guaidó. Nueve meses después, no podríamos estar más decepcionados, resultó ser más de lo mismo. Mal asesorado, su círculo cercano está envuelto en polémicas, siempre cae en el amiguismo cuando debe nombrar un miembro de su gabinete y pasó de pedir la renuncia del dictador a promover una cohabitación con otras elecciones presidenciales.

Elecciones con el chavismo es igual a impunidad. No es tan complicado. Los empodera, les da garantías democráticas que no han tenido en las dos décadas que han sido gobierno. Los ‘guaidolovers’ que defienden al presidente a ciegas (porque creen que no se puede ser crítico de Maduro y de Guaidó a la vez) dicen que una crisis de años no puede solucionarse en meses, pero si seguimos repitiéndonos eso, nos quedarán 20 años más de dictadura.

El fenómeno Guaidó es el mismo fenómeno que se ha repetido en la oposición venezolana en los últimos tiempos. Surge una figura importante, le planta cara a la dictadura, gana fanáticos, plantea una ruta y convoca a las calles. Las calles se desbordan con cientos de miles de personas, manifestantes son asesinados, otros son detenidos, las calles se apaciguan por el miedo y el chavismo invita a dicho dirigente a dialogar. Duran meses dialogando y el opositor pierde poder de convocatoria porque la gente se cansa de salir a protestar para ser usados como carne de cañón y que el dolor y la muerte de tantos se utilice como estadística para negociar. La dictadura se oxigena con el diálogo, lo cancelan cuando ya no les conviene y la figura opositora termina extremadamente debilitada. El chavismo es una experto en quemar políticamente a sus opositores.

Todos los dirigentes opositores fallaron cuando decidieron ceder a las presiones del régimen y no escuchar a su pueblo. Pero hay una clara diferencia entre estos hombres y el presidente Guaidó. Ellos eran funcionarios que pueden apartarse de la vida pública luego de fracasar y Guaidó es el presidente legítimo de Venezuela; no puede apartarse, no puede desaparecer de la noche a la mañana, ni exiliarse. Es lo único que tenemos, lo único que nos queda. No existe el ‘quítate tú para ponerme yo’. No hay substitutos ni remplazos. No se le puede pedir al presidente interino que abandone el cargo para que se suba otra figura política que sí satisfaga nuestros intereses y se juramente como él lo hizo, no es tan sencillo. No es constitucional. Juan Gerardo Guaidó Márquez tiene el reconocimiento internacional y el aval de nuestra carta magna, eso es lo único que lo mantiene en ese cargo.

El desperdicio de capital político de la oposición venezolana es algo nunca visto. Después de cientos de multitudinarias protestas, un alzamiento militar y una gira por la región que nos ilusionaban a los venezolanos con ser el inicio del fin de la dictadura, Maduro está más poderoso que nunca. Latinoamérica sumergida en caos y el Grupo de Lima más que debilitado. El peronismo-kirchnerismo vuelve a Argentina y la derrota de Macri le quita uno de sus más importantes aliados al presidente Guaidó. Además, Fernández buscará revitalizar a la izquierda latinoamericana con el Grupo de Puebla y mantendrán su apoyo incondicional al genocida Maduro.

En Bolivia, Evo se robó las elecciones siguiendo el ejemplo que Caracas dio, como dice nuestro himno nacional. En Chile y Ecuador la izquierda busca reposicionarse al capitalizar el descontento social y en Colombia el uribismo y el presidente Duque recibieron un golpe duro al perder en las elecciones regionales del pasado domingo. Uruguay y México mantienen su apoyo indiscutible a la dictadura, en Honduras el presidente Juan Orlando Hernández es acusado de dirigir un narcoestado y en Estados Unidos, Donald Trump, nuestro más valioso aliado, se enfrentará a un juicio político en el Congreso. Tampoco olvidar que la dictadura consiguió un curul en el Consejo de los Derechos Humanos del circo de las Naciones Unidas y ganó aún más impunidad en el ámbito internacional.

Desde la Habana, por supuesto, el castrochavismo se frota las manos al ver al mundo arder. Más sabe el diablo por viejo que por diablo y esa gente lleva 60 años azotando al pueblo cubano y 20 al pueblo venezolano. La región debe cuidarse, no pueden expandirse. No podemos dejarlos. No son políticos, son parásitos.

Guaidó hace un buen rato que se quedó sin tiempo y en Venezuela la gente se cansó de vivir perseguidos por la política. Los que quedan en el país se rebuscan y se reinventan, haciendo todo lo posible por sobrevivir y encontrar cierto sentido de estabilidad. Los que no quieren aventurarse a intentar sobrevivir en dictadura se van a probar suerte en otros países donde si pueden garantizarle un futuro a su familia. La gente se acostumbra a la violencia, la normaliza y la adapta a su cotidianidad, principalmente porque no conocen nada más allá de eso. Venezuela ahora tiene dos presidentes, uno legítimo, otro ilegitimo, pero ambos impopulares. Somos el único país que se puede dar el lujo de tener dos mandatarios incompetentes.

El problema de raíz es la típica idolatría a los políticos. Confiar a ciegas, siempre sumar y no dividir, ver a Guaidó como una celebridad y rendirle culto porque iba a ser nuestro libertador contemporáneo. Puro teatro, puro espectáculo, si existiera una fuerza opositora pensante en Venezuela que criticara a sus dirigentes objetivamente, en vez de justificar sus fallos, llevaríamos años en libertad y no seríamos el ejemplo de todo lo malo. No hay resiliencia suficiente para soportar tanto sufrimiento, pero en Venezuela ser dirigente opositor es un gran negocio y dudo que quieran soltar esa mina de oro. Si justo hasta ahora es que le están viendo el queso a la tostada.

 Por eso buscan cohabitar con la dictadura, son la oposición fabricada que le conviene al régimen para que ambos se enriquezcan y se venda la narrativa de dictadura contra pueblo cuando en la política venezolana es corruptos contra corruptos. Venezuela lleva años sufriendo de la maldición del petróleo y el país que tanto extrañamos nunca volverá.

El pueblo venezolano necesita que la región se ponga las pilas y concrete la tan necesitada intervención humanitaria en el país. Que escuche a los sectores que, si han apoyado la aplicación de esta medida, como María Corina Machado, Diego Arria y Luis Almagro. Dígase TIAR, Responsabilidad de Proteger o coalición internacional, el título no importa, importa la acción que debe ser inmediata. No más diáspora, no más narcotráfico, no más terrorismo de Estado, no más muerte, no más crisis. Venezuela necesita ayuda y ya nos quedó demostrado que los únicos capaces de solucionar este problema son agentes externos. Cero diplomacia y cero tolerancia con los asesinos, el régimen de Nicolás Maduro es un evidente peligro para toda la región y debe ser removido, sin importar la manera en que lo hagan. El fin justificará los medios y la liberación de 30 millones de venezolanos de la cárcel que es el castrochavismo no tiene precio.

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