Los muros ideológicos

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Hace 30 años ocurrió uno de los momentos más importantes de la historia de la humanidad, la caída del muro de Berlín. Un muro que simbolizaba la separación de Europa en dos partes y que fue construido por los comunistas para evitar que su gente escapara hacia la Alemania Occidental, ósea, la Alemania libre.

Era una prisión ideológica y física, que cercenó toda libertad individual por defender una única corriente de pensamiento y demonizar a todas las demás. 30 años después, no hemos aprendido nada, quizás los muros construidos ya no son físicos (en su totalidad) pero seguimos polarizándonos cada vez más, siendo intransigentes y dando aval a gobiernos que no hacen más que crear odio. El mundo se mantiene dividido en dos campos antagónicos, no solo en política sino en todos los relatos que hemos construido a lo largo de nuestra historia, y la visión de un punto medio está cada vez más lejana. ¿Qué hacemos para detener los muros ideológicos?

Los polos venden, por eso los políticos y los líderes de opinión capitalizan desde ellos. Los argumentos ad hominem no cesan, y por eso en un debate presidencial pesan más los ataques entre candidatos que las propuestas de cada quien. La forma para probar que tengo la razón es satanizando a todos mis opositores, y esa retórica no hace más que generar violencia y remarcar divisiones que ni deberían de existir en una supuesta sociedad democrática. Pero, como hablar de democracia si su idea se ha desvirtuado con el pasar de los años. Nos jactamos de tener una democracia imperfecta porque es mejor que nada, en vez de buscar soluciones y exigir respuesta a mandatarios. Creamos líderes omnipotentes que hacen lo que se les da la gana y los ignoramos porque creemos que la política nos excede. Tenemos miedo de perder lo poco que nos queda.

Los muros ideológicos mantienen el mismo modus operandi, la misma fórmula: Crear un enemigo interno o externo, buscar manipular a una mayoría tocando fibra sensible, solidificar y radicalizar sus bases, ganar adeptos y criminalizar a todo aquel que piense diferente. ‘Si no estás de acuerdo conmigo eres un fascista, un imperialista, un conspirador, porque yo tengo la superioridad moral y argumental’. Son relatos que excluyen toda diversidad y no hacen más que alienar a las masas.

Como cuando el golpista Hugo Chávez llamaba escuálidos a todos sus opositores y gritaba ‘Patria, socialismo o muerte’ en cadena nacional, o como cuando Donald Trump llama aliens a los migrantes en condición irregular. Trump incluso puede ser un ejemplo de cómo un muro ideológico vuelve a ser un muro físico, de continuar con su iniciativa de construir una pared en la frontera con México. Los muros ideológicos se nutren de los discursos de odio, y por más que existan corrientes de pensamiento político que no hacen más que culpar a todos los demás de sus problemas y valerse del legítimo descontento social para ganar poder, no es inherente a una única postura política.

La democracia es un sistema diseñado para convivir en condiciones de desacuerdo, donde cada una de las partes cede para garantizar el bien común. Donde los políticos buscan amalgamar todas las posturas para evitar cualquier conflicto y cumplir su labor. Pero, si estamos bajo un sistema que no hace más que acentuar las diferencias, y discusiones importantes como las de materia económica se estacan porque los políticos quieren jugar a hacer política y desestiman propuestas que no encajan con su ‘modelo perfecto’, estamos fregados.

Nos quedan muchos muros por derribar, pero lo que hacemos en vez de derribar estos muros es derribarnos los unos a los otros. Se ve el mundo en blanco y negro, en parte y contraparte, en posición y contraposición y eso es más que peligroso. Mantener esta visión es hacerle el juego a los supuestos defensores del orden preestablecido que no han hecho más que intoxicar países con sus modelos fallidos. Si nuestra propuesta argumental es atacar al mensajero y no al mensaje, y criticar en vez de aportar, continuamos en la misma narrativa barata y no avanzamos en lo absoluto.

En la actualidad, muchos jóvenes creen que deben alinearse con un polo, porque han crecido bajo ese sistema divisor. Se ponen de un lado y defienden sus convicciones con un tridente en una mano y una antorcha en la otra, creando dos bandos enardecidos sin un punto medio que los apacigüe. El cambio empieza en nosotros, la única razón por la cual discursos como estos se mantienen es porque los ciudadanos lo avalan, y no es descabellado pensar que ha llegado el momento de reinventar y revitalizar nuestras convicciones para apartarnos del arcaico modelo binario que tanto daño ha hecho. Se debe buscar la manera inteligente de generar conversación, de discutir, de negociar, y dejar de siempre recurrir al lugar común de criticar por criticar.

Las fortalezas de una democracia están en nuestras similitudes y no las diferencias, debemos trabajar juntos para alcanzar ese tie-breaker tan necesario y finalmente empezar a desarrollar un modelo que nos beneficie a todos, sin ningún muro ideológico que obstaculice la voluntad popular. Pensar siempre con voz propia, sin moldes ni miedos y sin sesgos.

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