¿Hasta cuándo?

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Me sorprendió verlo, parado en el balde de una camioneta, arengando a un grupo de ecuatorianos sobre la división, el prejuicio racial, el odio y el rechazo a todo lo que no es su verdad, dispuesto a mentir ante la evidencia y sin escrúpulo alguno. Pero más me sorprendió la actitud pacata y contemplativa del lcdo, sin reacción frente a la reiterada provocación del plumífero personaje que hoy representa todo lo negativo de un movimiento respetable y con raíces ancestrales.

En una caricatura del mundo al revés, la autoridad la asume quien violenta, agrede y destruye la propiedad ajena, y el encargado de hacerla respetar luce nervioso e inseguro ante la falta de autoridad que se respira en el ambiente.

Con razón, el ciudadano común se siente amenazado. Parece que su mestizaje lo vuelve un intruso en su propio país, al que ha aportado, amado y trabajado durante muchas generaciones. El discurso excluyente del insolente plumífero le niega su condición de connacional al noventa por ciento de los habitantes del Ecuador. ¡Increíble!

¿Hasta cuándo tenemos que aceptar lo inaceptable? La agresión diaria a los valores de paz, diálogo y solución es el arma de los prepotentes. Y mientras más gritan, más importantes se sienten. Su complejo los desnuda. Nada positivo puede nacer de un discurso de odio. Y lo hemos vivido. Es claro que el plumífero quiere inmolarse ante su pueblo para atizar el fuego de la rebelión. Es claro que obedece a intereses obscuros y retrógrados. Lo que no es claro es por qué se lo permiten.

¿Firmó acaso el gobierno una patente de corso a cambio del cese de hostilidades ? ¿Aceptó acaso el gobierno el cacicazgo como un nuevo sistema de imponer argumentos ? En una democracia es inaceptable la impunidad. Y sin embargo la vemos a diario.

¿Qué más tiene que hacer el ecuatoriano común para ser respetado y protegido en sus derechos? Ante el panorama desolador de un gobierno incapaz de tomar las riendas de la situación, el gritón aparece más fuerte, el conspirador más peligroso y el vándalo con más ímpetu. Es el precio de la inacción. La calma se parece a las secuelas de un terremoto. Durante algún tiempo esperamos la réplica con genuino temor.

Hago votos para que las autoridades retomen el timón de este país desbordado por los abusos de todo género, aunque hasta hoy los ciudadanos de bien hemos sido los últimos en ser escuchados. Y es un precedente funesto, pues la ausencia del principio de autoridad envalentona a todo tipo de insurgencia. Y esto no puede continuar inadvertido, so pena de explotar en las manos del ingenuo gobernante.

La justicia ecuatoriana, no la indígena, es la que debe aparecer para poner orden. Las amenazas al orden constituido y a sus miembros deben cesar. No hay otra alternativa. O habremos añadido la cobardía a la lista de fracasos de este gobierno. ¡Y ya son demasiados!

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