Hora de revaluar la estrategia de EEUU en Venezuela

Luis Fleischman

Washington, Estados Unidos

Es importante evaluar la política hacia Venezuela.

Mucho se ha logrado hasta ahora: las fuertes sanciones estadounidenses e internacionales contra el régimen venezolano, combinadas con protestas sociales y una oposición finalmente unificada bajo el liderazgo de Juan Guaidó, generaron ansiedad y deserción en el aparato estatal venezolano. Asimismo, existe apoyo internacional para las sanciones y el aislamiento de Venezuela liderado por la Organización de Estados Americanos y el grupo de Lima.

Sin embargo, estamos viendo un régimen que responde a las protestas con violencia y ha establecido un aparato de represión que ha demostrado ser sumamente efectivo hasta ahora. Las sanciones y el aislamiento internacional no han logrado eliminar el régimen. Del mismo modo, hubo rebeliones militares aisladas contra el régimen que también han fracasado hasta ahora.

Por lo tanto, es importante reevaluar la estrategia en Venezuela.

Esta nueva estrategia debería basarse en el uso adecuado del ejército venezolano.

Al principio, el ejército fue cooptado por el régimen Bolivariano. Se le dio mucho dinero y beneficios a cambio del apoyo del régimen. Esto era parte de la idea chavista de crear un “matrimonio” entre el ejercito y el pueblo.  Los que más se beneficiaron fueron los oficiales de alto rango, quienes aprovecharon la bonanza petrolera del gobierno además de dinero de narcotráfico y otras actividades. Con el tiempo también se les asignaron a las Fuerzas Armadas responsabilidades civiles, principalmente en el ámbito económico y la industria petrolera. Esto mejoró su estatus y su poder.

 Sin embargo, a medida que las protestas aumentaron y la situación económica se deterioró, los militares de rango medio comenzaron a rebelarse. Los oficiales de rango medio y bajo tenían familiares en apuros y como resultado sintieron el fracaso del régimen sobre sus propios hombros. En los últimos años ha habido varias rebeliones militares de rango medio a bajo.

Sin embargo, todos ellos fueron aislados y actuaron de manera descoordinada. En junio de 2017, Oscar Pérez, un oficial de los servicios forenses, comandó un helicóptero cuyos seis ocupantes presuntamente lanzaron varias granadas y dispararon contra el edificio de la Corte Suprema de Justicia de Venezuela. Pérez fue finalmente ultimado por las fuerzas gubernamentales. En agosto de 2017, un grupo de militares al mando del ex capitán de la Guardia Nacional Juan Caguaripano ataco la fortaleza militar de Paramacay en el estado de Valencia con el objetivo de robar armas. La rebelión fue sofocada y Caparaguano fue arrestado. Todavía está en prisión y supuestamente fuertemente torturado. En enero de 2019 hubo una rebelión de 27 miembros de la Guardia Nacional Bolivariana contra el gobierno de Maduro en el área de Cotiza, cerca de la capital, Caracas. Estos rebeldes también se atribuyeron un ataque con aviones no tripulados que había intentado atacar el palacio presidencial en agosto del ano anterior. Los drones fueron interceptados por la guardia de honor del presidente. Asimismo, más recientemente, unos 1.500 ex oficiales militares desertaron y abandonaron el país hacia la frontera colombiana.

El pasado julio, el capitán de la Marina, Rafael Acosta, fue torturado y asesinado por el régimen después de ser acusado de conspiración contra el régimen. El caso de Acosta muestra cuán preocupado está el gobierno venezolano por un levantamiento militar.

A medida que los militares se convirtieron en un problema para el régimen, fue aumentando la vigilancia cubana sobre ellos. Hace mucho tiempo, el difunto presidente venezolano Hugo Chávez y más tarde también Maduro trajeron a los oficiales de inteligencia cubanos con el objetivo de crear paranoia, inseguridad y miedo entre los militares. La meta era desalentar la disidencia. Agentes de inteligencia arrestaron y encarcelaron a oficiales de la Fuerzas Armadas que eran considerados sospechosos o potenciales rebeldes.

Los militares se sometieron a un proceso de politización. Como resultado, se convirtieron en subordinados del partido gobernante, a menudo siguiendo órdenes que no tenían relación alguna con la misión de las Fuerzas Armadas como trabajar en los campos, recolectar basura o realizar cualquier otra actividad no relacionada con la misión militar. Según un oficial de alto rango que abandonó el país “la cadena de mando se rompió. No está claro quién es el comandante”.

Del mismo modo, la inteligencia cubana y los grupos paramilitares se convirtieron en un aliado más confiable del régimen que los mismos militares. Además, los militares, de hecho, eran vistos como un enemigo potencial del régimen.

Esta falta de confianza en el ejército también aumentó el poder de los llamados «Colectivos». Se trata de grupos paramilitares compuestos por delincuentes y otras personas leales al régimen que han participado en asesinatos extrajudiciales e intimidación de personas y manifestantes en el país. Los Colectivos también incluyen miembros de la inteligencia venezolana. Obtuvieron fondos de extorsión, secuestro y narcotráfico. A menudo, asumen actividades altruistas y protectoras al concentrarse en barrios pobres y distribuir alimentos en estos tiempos de hambruna. El régimen depende de los Colectivos para sobrevivir y reprimir las protestas masivas

Esta situación de los militares, tan caótica como parece, podría ser capitalizada por la oposición y los Estados Unidos. Si el ejército no tiene una cadena de mando interna clara dada su politización, pero tiene la voluntad de deshacerse del régimen, ha llegado el momento de organizar esta confusa masa de soldados con el objetivo de dar fin al régimen de Nicolás Maduro y sus cómplices.

Primero, como dijimos, es importante ubicar a los militares de rango medio opuestos a Maduro. Obviamente existen. Históricamente, los oficiales de rango medio jugaron un papel en la caída de los gobiernos. Es cierto que el resultado no siempre ha sido positivo y a menudo condujo a la tiranía (los casos de Perón en Argentina, Gadafi en Libia, Chávez en Venezuela y Batista en Cuba). Sin embargo, esta vez el descontento entre los oficiales de rango medio podrían servir construir un nuevo régimen con fundamentos constitucionales reales. El poder de los oficiales de rango medio para rebelarse debe organizarse para avanzar en la causa de la democracia

El segundo paso debería ser contrarrestar la inteligencia cubana y su aparato de vigilancia. Estados Unidos y otros tienen los medios cibernéticos y tecnológicos para socavar el sistema de vigilancia cubano y sabotear su sistema de espionaje.

Tercero, los oficiales venezolanos deben organizarse para reprimir los bastiones de resistencia del régimen. Es importante ubicar dónde operan las fuerzas paramilitares y los Colectivos. El objetivo debe ser neutralizar todos los medios de violencia que controla el gobierno. Esto precipitaría la caída del gobierno.

El papel del ejército de los EE. UU. no debe ser activo, pero debe ayudar a organizar y entrenar a esta fuerza venezolana organizada y proporcionar cualquier apoyo logístico, incluidas las armas si es necesario.

El régimen venezolano y sus cómplices solo caerán bajo presión. Una invasión estadounidense del país no es una opción porque esto no es lo que el presidente Trump o el público estadounidense desean.

No se trata de un golpe de estado. Se trata de resistir a aquellos que oprimen a los ciudadanos venezolanos y violan sus derechos. Y si el gobierno actúa con violencia se lo debe combatir. Un golpe de estado es el derrocamiento de un gobierno constitucional legitimo. Aquí se trata de una resistencia civil (y esto incluiría soldados que se identifican con el sufrimiento civil) en nombre del orden constitucional contra un gobierno que ha declarado la guerra a sus ciudadanos. Esto es comparable a una guerra civil donde se lucha por el alma y la libertad de sus ciudadanos.

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