Los dolores del dólar

Ricardo Noboa Bejarano

Guayaquil, Ecuador

En estos días se cumplen veinte años de la dolarización, la que, como todo asunto exitoso, tiene muchos padres. Y madres. Lo que está muy bien. Nadie reivindica las devaluaciones, obviamente, pero la dolarización sí.

Sin embargo, existen voces, bien intencionadas por cierto, que dicen que no se debió dolarizar, que se hizo de modo improvisado, que hemos perdido competitividad, que nuestras exportaciones se han resentido, y varios otros argumentos que no dejan de tener cierto sentido. Sin embargo, creo que hay que poner las cosas en perspectiva.

Para que una dolarización sea exitosa lo primero que se requiere son dólares. Y no los podemos imprimir, por tanto hay que generarlos. Y eso fue lo que se intentó hacer el año 2.000. Promover un modelo de desarrollo que genere dólares.

La primera ley se aprobó rápido y bien. Se la conoció como Trole 1 y reformó a fondo la Ley de Régimen Monetario, la de Bancos de la época y permitió la construcción del OCP, lo que constituyó un audaz y decidido paso en la modernización del sector petrolero.

El susto de los actores políticos se mantenía todavía en los meses de febrero y marzo y todos los grupos arrimaron el hombro en el Congreso en una de las pocas causas nacionales que hemos tenido, con el fin de que la recién nacida dolarización sufra los menores dolores post parto posibles. Pero la Trole 1 no era suficiente.

Debía venir luego una ley de promoción de inversiones, y efectivamente así ocurrió. Se envió la Trole 2. Esta contenía reformas a la estructura societaria de Petroecuador, al control militar de la aviación civil –que debía volver a manos de los civiles-, a la administración de los aeropuertos –que podía ser delegada, como en efecto fue, a los Municipios-, al sector minero, al Código del Trabajo –poniendo techo a las utilidades y flexibilizando el mercado laboral-, al régimen de propiedad de las concesiones camaroneras, la venta de Tame  y otras importantes innovaciones tendentes a promover la inversión. 

Para entonces, el susto había pasado. El levantamiento indígena de enero era ya una especie de recuerdo nebuloso en el Congreso, y para agosto del 2000 el obstruccionismo había vuelto a las andadas.  El Congreso no cumplió con su deber, la ley entró en vigencia, valga la redundancia,  por el ministerio de la ley y la oposición acudió a su reducto favorito para tumbar las ideas ajenas: el Tribunal Constitucional. 

Allá debemos acudir para buscar los principales responsables de que la dolarización haya nacido adolorida. El TC desenvainó el machete y tasajeó la ley. Por razones obvias dejó viva la reforma que permitía la descentralización de los aeropuertos pero se llevó casi todo lo demás. Y la ley fue mutilada.

Al Congreso, como me dijo alguna vez el doctor Arosemena Monroy, “había entrado un chanchito rosado pero del Tribunal Constitucional salió un puerco espín”.  Cáustico el Dr. Arosemena, pero acertado. Entonces se perdió una magnífica oportunidad para fortalecer el nuevo esquema.

Entonces, el problema no está en la dolarización. Está en nosotros.  La dolarización se ha mantenido….a pesar de nosotros, lo que ya es bastante. Sobrevivió a Correa, lo que es heroico. A los tecnócratas del Banco Central, lo que es milagroso.  Y ancló la inflación mandando al olvido “el trauma del tipo de cambio”, que nos hubiera acompañado como tumor canceroso durante veinte años más.

¿A cuánto estaría el sucre hoy en día si no hubiéramos dolarizado?  De modo que no debemos echarle el muerto de la falta de competitividad. Hay camaroneros, bananeros, floricultores y bastantes más que han triunfado y crecido en dolarización, y competido en el mercado externo. La dolarización puede, como dicen que decía don Juan Tenorio, decirle a sus opositores: “los muertos que vos matáis…..gozan de buena salud”.   

Más relacionadas