Deja vu

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Allá por los ochenta, los canales nacionales eran la única opción para quienes vivíamos en las afueras de Quito y no podíamos acceder a los servicios de cable. Era pues moneda corriente ver las mismas películas repetidas una y otra vez hasta el cansancio. Hoy, el accionar de la justicia me provoca la misma sensación.

El mismo guión, los mismos artistas, la misma emisora. Todos siguen un hilo trazado de antemano, que contempla la huida de los principales implicados y la siempre tardía intervención de las autoridades sancionadoras. La repetición calculada de los mismos discursos de moralización, tan cansinos como los de las películas que vimos mil veces, Y el soñado estreno de “mi pobre angelito”, siempre asechado y perseguido por una justicia aparentemente torpe e incapaz de tomar el toro por los cuernos, forman parte de una película que, de tanto repetirse, no tiene sorpresa al final.

Y de muy poco nos sirve la intervención del último en enterarse, que se declara tristemente sorprendido por la realidad que todo el país ha venido constatando diariamente, menos él y su gobierno. Hemos asistido impávidos a la fuga de los principales implicados, a grilletes que no funcionan,a inocentes que piden asilo y escapan un día antes de ser declarados reos,a cínicos que logran medidas substitutivas a pesar de haber sido señalados como cabecillas de una calculada destrucción a los bienes públicos,y a una fiscalización tan lenta que parece inexistente y quizás lo es.
A excepción de Glas, cuya presencia en el gobierno era impresentable, los demás líderes de la revolución gozan de impunidad y tribuna para emitir opiniones, vejar a su antiguo compañero de armas y sembrar el odio y la inmoralidad como argumento para considerarse héroes y perseguidos políticos ante los ojos de sus partidarios, cada vez más identificados como actores de una economía subterránea, sin facturas, extorsionadora y manipuladora,que mantiene como rehenes a los sectores más vulnerables de una sociedad cegada por el dinero fácil y la inobservancia de la ley.

“No todos fueron deshonestos, pero sí una gran parte” dice el último en enterarse, a pesar de haber crecido, vivido y ascendido gracias a estos despreciables personajes. Una penosa constatación a la que el gran público llegó hace años, pero que aparentemente acaba de llegar a Carondelet. ¿Y si asumimos la buena fe de estos asertos, cosa cada vez más improbable, no sería ya tiempo de actuar con firmeza, exigir lo que el País exige, esto es dureza, sanción y eficacia en la lucha contra la corrupción? ¿Cuándo podrá el ecuatoriano común volver a confiar en sus gobernantes, a no sentirse burlado por su inacción, su debilidad y su complicidad en el saqueo impune del que fue víctima?

Hoy, es imperativa la depuración del CNE. Hoy, es inaplazable la sanción a quienes le metieron la mano al bolsillo al país. Hoy se acabaron los eufemismos, las medias tintas y la impunidad. Hoy queremos ver a un presidente que gobierne y dirija al país, no a un improvisado que siga asombrándose de lo que todos sabemos.

La pestilencia llegó a Carondelet, y allí se quedará mientras no haya un esfuerzo serio por erradicarla. Los pactos de gobernabilidad tienen que lograr su cometido, y no detenerse en trivialidades. El Ecuador tiene derecho a que se respete su voluntad en las urnas, no a que se la tuerza a través de un organismo ampliamente cuestionado.

El Ecuador quiere ver a los corruptos en la carcel, no en los aeropuertos. A los millones robados de vuelta a las arcas estatales, no en paraísos fiscales y en cuentas de los contratistas. Es hora de sacudirse y exigir evidencias, no palabras vanas de sentimiento dudoso. Vaya mi advertencia a los lideres de oposición, cuya inoperancia es igualmente censurable. Vaya mi reclamo a quienes quieren postularse a la presidencia sin una declaración contundente con respecto a la corrupción que hoy nos contempla, impávida e impune.

Vaya mi reclamo a todos los ecuatorianos, espectadores silenciosos de la descomposición en la que hemos vivido por falta de civismo, valentía y unión. Si seguimos de brazos cruzados, muy poco es lo que va a lograr una dirigencia comprometida y corrompida por sus intereses, que muy poco tienen que ver con el País.

Es nuestra obligación motivar a los jóvenes, a los escépticos, a los hombres de buena voluntad, para que hagan escuchar su voz ante el silencio alarmante de sus autoridades. Queremos escuchar la voz de la mayoría, no los desatinos de minorías resentidas, odiadoras y organizadas. Ellos no representan los ideales ciudadanos. Apenas los de su grupo de interés. Y es hora de entenderlo y entender. No podemos seguir en silencio. El Ecuador lo exige. Escuchemos y hablemos. Es la única manera.

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