El bando de los buenos

María Cristina Bayas

Quito, Ecuador

Hace tiempo la conversación social se parece a una guerra santa. Por más que muchos se enfadan al diagnosticar que la ley está contaminada de religión, se intenta borrar los preceptos divinos, no para suprimir de raíz la “moralina” de la política pública, sino para reemplazar (por otros principios) las reglas que rigen el sistema social.

Nadie está exento de tener creencias, sean cuáles sean estas. Y la batalla se libra, no ya alrededor de razones, sino únicamente de la sensación de estar del lado del bien. Para unos, Dios actúa como garante de su bondad; los demás tienen otros dioses que les otorgan ese certificado. La vanidad intelectual con la que se vence en la batalla de las ideas, entonces, se suplanta por una más peligrosa: la vanidad moral.

El debate no se lleva a cabo ya con argumentos ni con afán de entender al que está al frente o encontrar verdades. El psicólogo social Jonathan Haidt lo explica bien al describir que el gran error actual es el de creer que estamos en el bando de los buenos luchando en contra de los malos.

El adversario no es, entonces, alguien que está equivocado, sino alguien perverso. Se puede mirar al otro del hombro hacia abajo, no porque se ha quedado sin capacidad argumentativa, sino porque pertenece a la pandilla de los malvados.

Esta conclusión se lleva del terreno de la ética al lenguaje, para dejar claro quién es quién. El momento en que los religiosos se convierten en “antiderechos” ya no queda nada por decir. ¿Quién, en sus cinco sentidos, quisiera convivir, o debatir siquiera, con alguien que está en contra de que todos los humanos tengan derechos? Lo mismo ocurre con expresiones como “feminazis”, “curuchupas”, “aborteras” o “progres”, donde se resalta la superioridad moral de quien las evoca.

Haidt, en una entrevista para la revista Letras Libres, a propósito de la fragmentación social antes descrita, comenta: “Enfatizar las identidades tribales es una idea muy mala en una democracia diversa”. Pero, en la realidad, se ha fortalecido la confrontación entre distintos grupos y colectivos.

El mundo está en una cruzada en la que debe deliberarse cuál es el bando de los buenos; en la que, más que hacer el bien, lo que importa es posar para tratar de encarnarlo; en la que todos piensan tener una impecable calidad moral. Pero la impresión de estar del lado del bien, muchas veces es solo eso: una impresión. Que se sepa, nunca con simples percepciones el mundo se ha convertido en un lugar mejor.

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