Peor que Pablo Escobar

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

“No hay quien le diga a la Dra. Salazar que ella no va a durar toda la vida en su cargo de fiscal general, que un día dejará esa función y que entonces no habrá quien le dé trabajo…”, palabras más, palabras menos, esa es la clase de comentario que circula en los círculos cercanos al correísmo. Son comentarios que revelan una mentalidad mafiosa, que denotan una visión que ve al Estado como una marioneta al servicio de delincuentes e intereses. Y que hoy, derrotados jurídicamente como están, no les queda sino la amenaza e intimidación.

Para esta gente, quien ocupa una función pública no está allí para velar por el cumplimiento de la ley ni para colaborar en la construcción de un Estado de derecho que garantice seguridad jurídica para todos, ni para contribuir al desarrollo económico y social de nuestra sociedad. No. Para esta gente, la función pública es solo un viaje transitorio que sirve para enriquecerse o para facilitar el enriquecimiento de otros, o para favorecer a un partido o para consolidar nichos de poder.

Por eso les arde lo sucedido. Están asombrados de que todavía haya gente decente en el Ecuador, como la Dra. Salazar, que se atrevió a enfrentar a una mafia corrupta en vez de hacer lo que muchos –no todos– fiscales y jueces han hecho históricamente: agachar la cabeza y terminar transigiendo con la impunidad y la corrupción. Hoy por ti, mañana por mí. Hoy te ayudo a robar, mañana tú me dejas robar o me das trabajo. Y así, año tras año, gobierno tras gobierno, década tras década, esa ha sido –esa sí– una verdadera “política de Estado” en el Ecuador.

Eso es lo que nos tiene postrados en la pobreza, por eso es por lo que el país no crece económicamente, por eso es por lo que no viene inversión extranjera de largo plazo. Porque es un Estado secuestrado por mafias. Por mafias políticas, económicas, sindicales, empresariales, indígenas, burocráticas, regionales, provinciales y más. Cada uno chantajeando al otro. Cada uno succionándole al Estado subsidios, precios mínimos, salarios mínimos, frecuencias ilegales de televisión, exenciones y otras prebendas que les asegure reinar en su propia parcela, sin importarles el país.

La Dra. Salazar se ha quedado corta al comparar a Correa con Pablo Escobar. Escobar era un delincuente confeso, un declarado narcotraficante. Correa, en cambio, fue nada menos que presidente de nuestra república. Ocupó la más alta magistratura del Estado. En él los ecuatorianos depositaron su confianza para dirigir la Función Ejecutiva. Gracias a su carisma y ofertas electorales, millones de ecuatorianos creyeron en él y en su movimiento. Escobar jamás traicionó a nadie. Siempre se presentó como un delincuente. Ese no fue el caso de Correa. Lo que ha hecho Correa es llenar de vergüenza a toda una sociedad que ha constatado que tuvo como presidente de la República al jefe de una mafia que montó una estructura criminal para enriquecerse y para delinquir. En eso sí se parece a Pablo Escobar.

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