De zoom, mandarinas y el teletrabajo de las empleadas

Alberto Molina

Alberto Molina Flores

Guayaquil, Ecuador

Ahora más que nunca, nos hemos vuelto expertos en todo. Bien decía Bolívar: “La vocación es hija legítima de la necesidad”. Intercambiamos información de todo lo que hacemos, especialmente de nuestras “arduas” actividades diarias. El zoom ha sido una verdadera maravilla, nos vemos con los amigos, muchos de ellos, a los tiempos; charlamos, nos tomamos el pelo y también hablamos de cosas en serio; nos vemos vis a vis, unos con largas melenas, otros más flacos o más gordos, la mayoría se han dejado la barba, que nos confundimos con uno de los apósteles de Jesús.

Intercambiamos, sobre recetas de cocina, nos auto alabamos de lo bien que nos salió el ceviche, el seco de chuparse los dedos, que el sango nos salió muy espeso o muy salado. Preparamos como unos expertos cazuela, tortillas de verde y de papa; en fin, todos ahora somos grandes chefs, galardonados con una o varias estrellas Michelin -pero en la barriga-.

No sabemos cómo funciona la lavadora, la secadora, la plancha; en ese momento nos acordamos de nuestra querida empleada y la llamamos; si no encontramos algo que necesitamos, igual la llamamos; volviendo a la cocina cada momento le preguntamos cómo se prepara tal cosa que lo hacía tan rico. Porque le pongo exactamente lo que me dijo, pero no me sale igual y nos quejamos que le estamos pagando y no está haciendo nada y ¿el teletrabajo no es nada? No valoramos, que igual que todo profesional, cobra por las consultas.

Normalmente salíamos de farra, a reuniones, especialmente al festejo de “san viernes”. Muchos, con sinceridad, declaraban que la mujer no los dejaba salir con los amigotes. Ese pobre era motivo de mofa y motejado de mandarina; otros se vanagloriaban que ellos salen cuando quieren y no tienen que pedir permiso a nadie. Y ¿ahora, y ahora? (cómo interrogaba un político); allanados a permanecer con arresto domiciliario, sin haber cometido ningún delito.

Extrañamos como nunca a las empleadas, niñeras, cocineras, etc. Están ausentes, solo atienden consultas por teléfono. “Voluntariamente” nos hemos vuelto multipropósito, cuidamos a los niños, les damos la teta, les contamos cuentos, limpiamos la nalguita del bebe que se ha hecho popó, oficiamos de médicos y enfermeros, limpiamos la casa, sacamos la basura, arreglamos tuberías, como buenos plomeros; somos carpinteros, electricistas, hasta guardias de seguridad; lavamos los platos, barremos, tendemos la cama; la única ventaja es que no hay que lavar mucha ropa, permanecemos con pantaloneta y camiseta todo el tiempo.

Si no tenemos perro, hasta ladramos para espantar a los ladrones que también están, la mayoría, de cuarentena; de chupes ni que hablar, a ratos brindamos en solitario, diciendo salud al espejo; en fin, lo grave de esto, es que la orden de prisión va para largo.

A la hora de la hora, nuestra compañera ha sido una gran aliada. Con ella conversamos, incluso repetimos lo que ya sabemos, vemos películas, nos reímos, recordamos muchas cosas de nuestras vidas, etc. nos soportamos mutuamente.

En fin, nuestra vida en el encierro, es ver películas, conversar con los amigos a través del zoom, llamar por teléfono a los familiares y amigos para saber cómo están. Reemplazar a la empleada, en definitiva ha sido nuestra tabla de salvación para mantenernos equilibrados. Ahora, no es motivo de vergüenza ni escarnio, declaramos: todos somos mandarinas.

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