Todos somos Floyd

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

A una hora de Rochester, mi actual residencia, están las ciudades gemelas, Minneapolis y Saint Paul, que han atraído la atención del mundo luego del tristísimo episodio de violencia de una patrulla policial en contra de un ciudadano de raza negra.

La grabación, incompleta pero desgarradora, revela el uso excesivo de la fuerza, la insensibilidad y la pasividad de un grupo social frente al sufrimiento de otro ser humano. Terrible. Como terrible ha sido la reacción de la comunidad frente al episodio. Saqueo, pillajes, robo indiscriminado, destrucción de bienes públicos y privados, agresiones contra el personal policial son el resultado de un enfrentamiento permanente entre etnias, valores y contradicciones propias de un país tan grande y complejo.

La comunidad latina, importante en porcentaje e igualmente víctima en su mayoría de actitudes discriminatorias, ha elevado su voz de protesta frente al abuso de autoridad.

Por otro lado, miré en el noticiero cómo un soldado logró neutralizar a un francotirador apostado en un puente, que ya había herido a un transeúnte y se aprestaba a una masacre, a través de una maniobra arrojada y valiente. No tuvo por supuesto el eco de la noticia anterior.

Frente a todo esto, acudió a mi memoria algún comentario sobre lo complicado que resulta explicar estas contradicciones aquí y en todas partes. En nuestro país, por ejemplo,defendemos a ultranza la igualdad como discurso, pero con frecuencia miramos por encima del hombro a negros e indígenas. Nos declaramos mestizos pero mantenemos con orgullo en casa nuestros pergaminos así como las costumbres hispanas.

En EEUU, de igual manera, se presentan como paladines de la igualdad y hasta han participado en una guerra mundial para detener genocidios irracionales en nombre de la superioridad racial, pero mantuvieron y mantienen una desigualdad manifiesta entre blancos y negros a lo largo de la historia.

Los estallidos de violencia, más allá de su secuela de saqueos, son injustificables pero entendibles. Cuando la represión, explícita o encubierta, se convierte en el pan de cada día, la reacción es siempre un caldero próximo a estallar con el menor estímulo.

La generalización del rechazo para tomar partido a favor de un lado u otro, es también muy discutible. Esa fuerza policial que hoy se crucifica es la misma que se llama mañana para que los disturbios cesen. Esos manifestantes que hoy nos sirven para demostrar nuestro punto de vista son los mismos a los que pediremos mañana que se retiren y callen hasta el próximo estallido social.

Los organismos de derechos humanos ,siempre parcializados, lograrán un mayor presupuesto para sus necesidades de grupo y seguirán impertérritos pontificando sobre sus tesis. Las minorías raciales que hoy son ensalzadas y defendidas seguirán mañana haciendo el trabajo manual que siempre han hecho, sin mejoras sustanciales ni oportunidades de progreso.

Así que es importante analizar qué sucede en el ínter tanto y que podemos hacer para que esto cambie. Ha quedado demostrado que nombrar una comisión no es sino una estrategia para calmar los ánimos. Jamás ha sido una solución. Existen sobradas pruebas que el dinero que se invierte para aquietar las aguas se reparte entre los cabecillas de la rebelión y los vendedores de armas de dotación para las fuerzas del orden. Y el fondo sigue intocado.

La tremenda brecha de desigualdad se ahonda por la misma dinámica de la economía. No hay un esfuerzo serio y allí sí focalizado para ayudar a esos grupos marginales no con bonos y subsidios sino con apoyo integral a su educación, la ética y su incorporación a la sociedad, para así lograr que se respeten las reglas comunes y se entiendan sus diferencias.

Buscar la paz social no tiene que ser un enunciado sino una acción permanente. Información objetiva, constatación de la realidad y planteo de soluciones son obligaciones que corresponden a la sociedad en su conjunto y no pueden ser soslayadas.

La inevitable reducción de la maquinaria estatal y su obligación de priorizar las necesidades inmediatas de la población tiene que tomar muy en cuenta su responsabilidad hacia el cambio de actitud con respecto a las minorías etnicas y sociales, para evitar estallidos cada vez mayores y proporcionarles herramientas reales para su desarrollo e incorporación a la sociedad.

Muy a menudo olvidamos que el bien común es una frase hecha, pero olvidada en la práctica. Que la redistribución del ingreso tiene como principal adversario al propio Estado, que ciegamente acumula dinero ajeno para su propia supervivencia y olvida que su fin último es llegar a los más necesitados con apoyo real y efectivo, no con dádivas temporales, demagógicas y siempre insuficientes.

Mientras cada dólar tributado sirva para pagar cuarenta centavos de burocracia, la ayuda efectiva será de sesenta centavos en el mejor de los casos. Si le sumamos la corrupción, el saldo llega a niveles ínfimos. Eso tiene que corregirse de inmediato.

Una seguridad social fuerte, independiente y solvente es el primer paso. Una vocación de servicio que desocupe las oficinas y se dedique al trabajo de campo con fines productivos y no doctrinarios es el segundo. La reducción de la intervención estatal en muchas áreas que pueden ser manejadas privadamente, para así lograr un alivio en las cuotas políticas y el despilfarro resultante, permitirá un ahorro sustancial en los gastos y permitirá reorientarlos hacia los grupos vulnerables y desposeídos.

La salud es una prioridad inaplazable y sus carencias han sido desnudadas en exceso por la pandemia. Allí también, una cohesión entre lo público y lo privado puede hacer la diferencia. Igual en el manejo de la educación.

Concentrarnos en la producción agrícola y sustentable dará resultados inmediatos con una inversión relativamente pequeña. Pero con comprensión de la realidad del agro y de las necesidades de los agricultores. Lo demás puede esperar, reinventarse o recalibrarse. Menos propaganda y más acción efectiva. Es un clamor nacional.

Floyd es un símbolo hoy pero lo olvidarán mañana. Pero el mensaje de abuso, rebeldía e inconformidad que provocó su muerte tiene que ser aquilatado y entendido en todo el mundo. Y nosotros no somos la excepción. Aprendamos la lección y busquemos aplacar los abusos de lado y lado con una actitud más solidaria, más honesta y más humana. Todos necesitamos de todos.

Más relacionadas