Lo realmente bonito de la vida

Maríasol Pons

Guayaquil, Ecuador

El ambiente es confuso y nuestros hábitos nos confunden ante los protocolos de bioseguridad. Entre semáforo amarillo, semáforo verde y cuando estemos sin semáforo hay una estela muy grande de confusión e incertidumbre.

¿Me pongo mascarilla si voy sola en el carro? ¿Me pongo mascarilla si camino sola por la calle y no hay gente alrededor? ¿Voy a seguir lavando cada prenda que uso para salir a la calle? Si un pariente te visita ¿haces que se saque los zapatos? ¿Tengo que mantener la mascarilla el 100% del tiempo que estoy en una empresa, aunque el espacio no sea necesariamente compartido? ¿Con qué tanto ahínco sigo desinfectando los alimentos de la compra? Mil preguntas que pueden ser banales o no, bombardean la mente en la cotidaniedad. Eso para quienes mantuvieron su trabajo, para los que no, preguntas mucho más angustiantes en cuanto a cómo subsistir económicamente y hallar una salida. Para los niños y jóvenes ¿Cuándo volverán a ver a los amigos con naturalidad? ¿Cómo hacen la transición de educación virtual a presencial? ¿Cómo reforzar el concepto de empatía si están distanciados? En resumidas cuentas:  ¿Cuándo desactivamos el chip del miedo sobre una potencial contagio?

Habrán lectores que instintivamente contestarán que ya perdieron el miedo, otros que rigurosamente siguen cumpliendo el protocolo del confinamiento del día 8 (porque nos pudo tomar unos días entender la magnitud). Sobre la ciudad de Nueva York, cuyos habitantes han sobrellevado pruebas como el ataque de las Torres Gemelas, los expertos dicen que la pandemia presentará altas tasas de estrés postraumático, depresión y abuso de sustancias entre quienes estuvieron de frente al virus (quienes enfermaron, personal médico y las familias de los fallecidos). A eso sumamos el remesan económico y el estado emocional poblacional es un tema que debe ser prioridad en nuestro sistema de aprendizaje.

¿Por qué digo aprendizaje? Porque antes de la pandemia la gestión de las emociones no era una prioridad general. Los profesionales de esa rama son quienes mejor nos pueden orientar en cuanto al cómo y su asistencia será muy necesaria, pero lo esencial está en la capacidad individual de reconocer este factor y darnos cuenta de que si no gestionamos bien las emociones; si no generamos el espacio para escucharlas y atenderlas, habrán problemas serios que queden “barridos debajo de la alfombra”. Reconocer esto puede ser la oportunidad de mejorar como seres humanos acentuando lo realmente bonito de la vida.

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