Verdad sobre la pandemia en Guayaquil

Heytel Moreno Terán

Guayaquil, Ecuador

La doble carga epidemiológica o también llamada sindemia, es cuando una población sufre dos pandemias al mismo tiempo. Hay expertos que consideran que lo que Guayaquil vivió entre febrero y abril de 2020 es la suma del Covid-19 y dengue, aunque ésta última haya pasado desapercibida por la importancia que generó el virus del SARS-CoV-02 causante de la enfermedad conocida como coronavirus o Covid-19. La verdad es que la ciudad soportó una carga adicional que procedo a detallar.

A pesar del toque de queda decretado por el gobierno nacional, puedo decir que para mí era un día normal de trabajo. Los registros dicen que era jueves 2 de abril de 2020. Vivía la cuarentena que obligó a una parte del mundo a aislarse en sus casas. En esa “tranquilidad”, sonó mi celular. Era alguien invitándome a soñar y a ser parte de un proyecto que podía hacer la diferencia en nuestro país y poner el orden que se necesitaba con motivo de la emergencia sanitaria.

Hasta ese momento nadie dudaba que el Covid-19 había revelado al mundo la radiografía en cuerpo entero -de -gran parte- de nuestra clase política, ya que con el transcurrir de los días se develaron como el mayor monumento a la irreflexión, tan solo imaginable en caricaturas y teatro popular.

Además de los casos de corrupción conocidos por sobreprecios en mascarillas, bolsas para cadáveres y kits de alimentos, vimos como ciertas autoridades se esmeraron por agregar la dosis perfecta de ingenuidad, añadiendo al menos una libra de cinismo, algunas cucharadas de incapacidad manifiesta, otras de impericia y que sumadas a un kilo de vanidad, resultaron ingredientes perfectos para que desde varios países se mire al Ecuador como el patio trasero de la región, aunque probablemente estemos peleando por lugares más estelares aún de ranking mundial.

Hay que decir que las declaraciones del mundo sobre Guayaquil son un verdadero llamado de atención -pero- a nuestra clase política, quienes deben poner las “barbas en remojo” y, muchos de ellos, probablemente retirarse del escenario aceptando que no son indispensables, entendiendo que el ejercicio de la política no se traduce en una profesión a ejercer hasta la jubilación, ni es un espacio al que se puede llegar sin la virtuosidad y experiencia necesaria.

Regresando a la llamada telefónica de aquel 2 de abril, debo confesar que inicialmente me opuse a colaborar con cualquier tema relacionado con el gobierno. Cuando pensé que todo estaba superado, recibí llamada en la que supieron motivarme y hacerme entender que era la única forma de colaborar y hacer país.

De repente me agregaron a un grupo de WhatsApp vigente hasta la fecha, cuyo nombre es “Conferencia” y me llegaban links de reuniones. En menos de 48 horas estaba en una tercera sesión virtual de trabajo con expertos internacionales, -quienes estaban en sus respectivos países-, un expresidente de la República, un gerente de una clínica, concejal de la ciudad, médicos reconocidos del medio que lideraron el tema desde el Comité creado para el efecto por el Municipio de Guayaquil, entre otros.

Las reuniones eran técnicas y necesitaban un soporte legal, motivo por el que me invitaron a integrar el equipo de trabajo. Tal como estaba previsto se conectó también una de las personas que durante los meses de febrero, marzo y abril de 2020 lideraron el Comité de Operaciones de Emergencia desde Guayaquil e intervino en la reunión minimizando los informes que presentaron los expertos nacionales e internacionales, despreciando sus números, desechando todas sus estadísticas y proyecciones de enfermos y fallecidos, afirmando que en los hospitales de la ciudad había suficiente camas vacías y que los establecimientos de salud no estaban desbordados como se afirmaba.

Además, fue categórico en señalar a los médicos de la ciudad de Guayaquil, quienes posiblemente se habían contagiado de Covid-19 caminando en la calle o en sus casas, llevando la enfermedad a los centros hospitalarios. A su criterio, los datos de fallecidos por el virus eran otra falacia de las redes sociales y ciertos portales digitales, ya que, según él, había médicos, por ejemplo, cuyas muertes se produjeron por “algún golpe en la cabeza producto de una caída”, pero que irresponsablemente los contaban como muerte por coronavirus. Finalmente, dijo que “el caso sería de preocupación en otros cantones del país, ya que las autoridades no podrían contenerlo como lo han hecho en la ciudad de Guayaquil”.

Yo escuchaba y no lograba entender cómo una “autoridad” puede hablar de ciertos temas, consciente de que su público o audiencia (equipo técnico) sabe que es la mayor falacia que pueda escuchar. Me correspondía aceptar que el político en su permanente “juego de poder”, normalmente actúa como si estuviera en todo momento frente a una cámara de televisión. La verdad es que el señor no escuchó ningún dato técnico, simplemente cumplió con su compromiso de escuchar las exposiciones para luego descartarlo por la versión que acabo de comentar, pero sí publicó en redes sociales su foto comentando sobre la reunión con expertos internacionales, pero omitió mencionar las proyecciones de los expertos que comparaban científica y estadísticamente las crisis de sus países versus la realidad de Guayaquil, con lo que se llegaba a la conclusión de que los datos del gobierno del Ecuador no se ajustaban a las proyecciones técnicas ni a la realidad.

Mientras presenciaba lo anterior pensaba en la mitología. Al parecer alguien aquí vivía en su propio mito. Cuenta la historia que en el ciclo Mahabharata de la India, en la leyenda épica de Gilgamesh del Oriente Medio, el uso de las artes del engaño es privilegio de los dioses. Uno de los grandes hombres de la mitología, Ulises, fue valorado por su habilidad de rivalizar con la capacidad de los dioses, robarles algunos de sus poderes divinos y competir con ellos en agudeza de ingenio y triquiñuelas. Por ello, se sostiene que el engaño es un desarrollado arte de la civilización y una de las armas más poderosas en el juego del poder. Según los libros, estas personas practican el arte de atraer a la gente hacia sus trampas, juegan con las apariencias y para ellos dominar el arte del engaño es uno de los placeres de la vida, lo que constituye un componente clave en la adquisición de poder.

Sin duda en la conferencia existió rivalidad entre lo manifestado por aquella autoridad del gobierno y lo que manifestaron los técnicos. Hoy, mirando hacia atrás, podemos confirmar que ese equipo técnico tuvo siempre la razón. Que quede claro: Esto no es un tema de afectos ni desafectos. Se trata de la transparencia y justicia que requerimos para mantener viva la esperanza de empezar a construir un verdadero país.

La verdad es que nuestra clase política es la carga más pesada que soporta el país, “pandemia” que no será atendida por médicos, pero debe ser conocida por la Asamblea Nacional para el respectivo juicio político y por la Fiscal General del Estado para que se sancione a quienes ni siquiera permiten que otros ayuden con su contingente.

Hay que acabar con la carga que carcome al Ecuador entero. Es la oportunidad del Presidente de la Asamblea Nacional para reivindicarse ante la nación y de la Fiscal General del Estado para confirmar el mensaje de su gestión, salvo que decidan proteger a quienes juegan con apariencias y practican el juego del poder, permitiendo que la ciudadanía soporte aquellas “triquiñuelas” sabiendo lo que aquello representa. Ante estos dilemas, es nuestro deber recordar la frase de Goethe, que dice: “El resumen de todas las máximas y reglas morales, puede reducirse a una sola: la verdad”. Me refiero a la misma verdad que el ecuatoriano mereció conocer durante la doble carga que nos azotó en los meses de febrero, marzo y abril de 2020.

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