La solución somos todos

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

En el mundo empresarial es común hablar de la “cultura de la organización”, eufemismo usado para tratar de explicar elegantemente que los esbirros tratan de parecerse al amo, aún en sus detalles más ínfimos.

Si el estilo del jefe es autoritario, el autoritarismo es la norma. Si el jefe es conciliador, igual es el sistema de los súbditos. Pero son las malas artes las que se enseñorean con mayor fuerza. Y así, los abusos, las triquiñuelas y las decisiones del principal ejecutivo o dueño se convierten en ley incontestable para el resto.

Para congraciarse, es menester apoyar y fomentar esas debilidades del poder, quizás con la secreta esperanza que en algún momento jueguen a favor del alcahuete. Así, lentamente, las componendas, las excepciones y los atajos pasan a formar parte de “la cultura de las organizaciones”. Por supuesto, hay que cambiarles de nombre. Y de fines.

El tráfico de influencias se convierte en apoyo a la familia. El nepotismo en una forma de vida, y el abuso de poder la forma de demostrarlo. Y el único freno para eso es demostrar la incompetencia del ejecutivo a través de los resultados o de los cuestionamientos a su gestión. Los errores se pagan con “renuncias “ o con destitución. Hay controles,y finalmente, eso hace la diferencia.

En la función pública, la situación no es diametralmente distinta. Allí, a diferencia de la empresa privada, los resultados económicos no son lo relevante. El poder sí. Mientras más empleados tenga bajo su mando,más importante es el personaje. Y si a eso sumamos la cortedad de miras y la ausencia de principios, el único tema válido es la solución personal.

No importa cuánto le cueste al País, porque finalmente el Estado es una entidad de servicio y así estamos haciendo Patria. ¡Y somos compañeros de lucha, además! Y si toca salir a defender a nuestro dador de empleo, ¡salimos! Sin diferencia partidista, ¡estamos en la lucha! La lucha por mantener nuestro trabajo, nuestras prebendas y las de la familia.

Y si aparece algún nuevo recurso para explotar, lo convertimos en una nueva agencia de empleos con el doble de empleados requeridos, con una rentabilidad disminuida o con pérdidas, porque lo importante somos nosotros, no el resto. ¡Y cuidado con hacer recortes, buscar rentabilidad o exigir cuentas a los administradores! ¡Es el sagrado patrimonio nacional el que está en juego! Y esa, tristemente, es “ la cultura de la organización pública».

Allí,la única forma es sacar del poder al de arriba. Y volver a intentar con otro. Pero la maquinaria sigue destrozando todo a su paso. Cambio de nombres y sigue el mismo sistema. En manos de una minoría falaz y corrompida. Aquellos que enarbolan la “bandera de lucha” apenas se sienten amenazados. Y aquellos que los financian para seguir lucrando.

Cuarenta años y más del mismo discurso dorado por fuera y negro por dentro, agobiados por tanta podredumbre en todos los niveles, somos el resultado de un silencio cómplice y de una irresponsabilidad manifiesta en las esferas del poder.

Todos los ungidos llegaron al poder con discursos impracticables en la realidad, ninguno pudo convertir su slogan de campaña en algo tangible para todos, pero eso sí sus parientes, amigos y financistas disfrutaron de las mieles del poder. Y siguen allí, al acecho. En alianza o solos, pero con los ojos puestos en el botín, en cómo negociar con éxito sus parcelas de poder.

Pero ellos no tienen toda la culpa. Los grandes culpables somos todo el resto, que miramos con impavidez como asaltan al País sin atinar defensa ,sin unirnos en una sola voz para decir BASTA, así con mayúsculas.

La pasividad es nuestra gran pandemia. La indignación dura lo mismo que el tiempo que demoran los jueces en liberar a los encausados, y menos tiempo de la que toma a sus simpatizantes armar una manifestación de respaldo.

Hoy las miradas se enfocan en la Fiscal. Hay que apoyarla sin miedo. Sin incondicionales pero con convencidos. Y reclamar a la función judicial su depuración urgente. Y así, a cada brote de pus hay que oponerle una ráfaga de limpieza y exigencia.

No es necesario tumbar gobiernos ni quemar negocios para expresar inconformidad. Pero sí es necesario presentar un frente unido contra la impunidad y quienes han colaborado para convertirla en una ley no escrita.

El problema somos todos y de aquí debemos partir. ¡Que los grandes medios dejen esa actitud pacata frente a los problemas de fondo! Que dejen de intoxicarnos con información sobre la pandemia y las raterías de turno y encabecen una cruzada para buscar soluciones y exigir acciones concretas.

Ya pasó la hora de las proclamas líricas. Es el momento de empezar a trabajar en hechos concretos para desafiar a los poderes cómplices de la corrupción, a los partidos que la cobijan por intereses electorales, a los sindicatos que empujan al desorden para mantener sus prebendas, a los “empresarios “ que se han enriquecido a la sombra del poder. Hay que cortarles las uñas a todos.

Y la única forma es demostrar que el mandante es el pueblo, ¡no ellos ! Ellos son nuestros empleados, y nos han fallado.

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